Sebastián Kaufmann
Doctor en Filosofía
Vicerrector de Integración
Director de la Dirección de Cooperación Internacional
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El Doctor en Filosofía y vicerrector de Integración y director de Cooperación Internacional de la Universidad Alberto Hurtado, Sebastián Kaufmann escribió para revista Mensaje un artículo que invita a aprovechar el tiempo que estamos viviendo para transformar profunda y favorablemente nuestra existencia.
El mundo ha vivido tiempos inusuales. Como nunca, una parte muy significativa de su población ha estado confinada en cuarentenas obligatorias. ¿Qué lecciones espirituales y personales podemos sacar de este confinamiento? En este artículo me pregunto si la cuarentena puede ser vista como una experiencia transformadora en la línea de las experiencias transformadoras de la espiritualidad ignaciana. Pero, para responder a dicha pregunta, tendremos primero que preguntarnos por las condiciones que hacen posible que algunas experiencias nos transformen. Este rodeo nos permitirá afirmar que la cuarentena efectivamente puede producir cambios perdurables en nuestra vida.
ESPIRITUALIDAD IGNACIANA Y EXPERIENCIAS TRANSFORMADORAS
Muchos han destacado que la espiritualidad ignaciana es una espiritualidad de la experiencia . Ello no es coincidencia, si miramos la vida de Ignacio de Loyola, un hombre que se convirtió a partir de profundas experiencias. La decisiva, sin duda, es su herida en Pamplona (Autobiografía, 1) que lo obligó a estar confinado en su casa natal. Allí lee libros sobre la vida de santos, experiencia que representa el comienzo de su conversión. En adelante, otras experiencias lo modelarán. Destacará especialmente la de Manresa, donde se fraguan los Ejercicios Espirituales, profunda experiencia de un mes completo en la que a la luz de los evangelios se invita al ejercitante a un intenso proceso de conversión personal.
La formación de los jesuitas está impregnada y modulada por la experiencia. Además de los Ejercicios Espirituales, tempranamente los novicios viven intensas experiencias que acompañan su transformación interior. Culminan los jesuitas su formación con otra experiencia mayor: la tercera probación.
La educación ignaciana también está configurada en torno a la idea de experiencia. El paradigma pedagógico ignaciano (PPI) tiene a la experiencia al centro. Así, por ejemplo, estudiantes de colegios jesuitas son invitados a vivir intensas experiencias tales como trabajos de fábrica, de invierno, verano, retiros, etc. Además, se intenta que los procesos pedagógicos se articulen en torno a la idea de experiencia transformadora siguiendo el PPI .
¿Por qué la experiencia nos puede transformar? ¿Qué elementos debe tener para ser transformadora? ¿Lo son las cuarentenas que hemos vivido?
LA GRAMÁTICA DE LA TRANSFORMACIÓN
Las experiencias transformadoras de Ignacio pueden insertarse en lo que podríamos llamar la gramática de la transformación humana, o sea, los elementos fundamentales que subyacen a los distintos discursos y procesos de transformación personal.
Además de las dinámicas espirituales, hay otros procesos humanos centrados en la idea de transformación. Por ejemplo, los terapéuticos. En la misma línea se encuentran la literatura de autoayuda y el coaching. Incluso en las visiones que invitan a la “aceptación”, dicha aceptación es vista como una gran transformación.
Igualmente, hoy en día la mayoría de las corrientes pedagógicas ponen su núcleo en los procesos de cambio del estudiante, idea que no es nueva ya que desde los griegos la enseñanza está relacionada con la formación del carácter y del ciudadano.
EL CONCEPTO DE EXPERIENCIA
¿Cómo podemos definir la experiencia? Jorge Larrosa en su artículo “Sobre la Experiencia” nos ofrece la siguiente descripción: “La experiencia supone, en primer lugar, un acontecimiento o, dicho de otro modo, el pasar de algo que no soy yo. Y ‘algo que no soy’ significa también algo que no depende de mí, que no es una proyección de mí mismo, que no es el resultado de mis palabras, ni de mis ideas, ni de mis representaciones, ni de mis sentimientos, ni de mis proyectos, ni de mis intenciones; es algo que no depende de mi saber, ni de mi poder, ni de mi voluntad. ‘Que no soy yo’ significa que es ‘otra cosa que yo’, otra cosa que no es lo yo digo, lo que yo sé, lo que yo siento, lo que yo pienso, lo que yo anticipo, lo que yo puedo, lo que yo quiero” .
En este concepto, lo fundamental es que la experiencia tiene el doble carácter de ser al mismo tiempo algo muy personal (me pasa a mí), y al mismo tiempo de ser algo exterior (algo me pasa). Es decir, la experiencia es simultáneamente algo propio y una alteridad o exterioridad.
ELEMENTOS DE LA EXPERIENCIA TRANSFORMADORA
Quisiera postular cuatro elementos comunes para que una experiencia pueda ser considerada transformadora.
La voluntad para dejarse transformar
Las experiencias pueden desatar dinámicas de transformación si estamos dispuestos a dejarnos transformar. Escribe san Ignacio: “Al que recibe los ejercicios espirituales mucho aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su divina majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad” [EE.EE 5]. Esto que señala Ignacio respecto del ejercitante se aplica a cualquier experiencia transformadora. Es fundamental el deseo de ser transformado o, al menos, como él señala: “el deseo del deseo”.
Interrupción de las rutinas vitales
Un elemento común es una interrupción en la rutina vital. En la vida de san Ignacio su conversión es gatillada y madurada por disrupciones muy profundas, como la herida que sufre en Pamplona o la imposibilidad de volver a Jerusalén que lo lleva a ponerse a disposición del Papa (Autobiografía, 94).
¿Por qué necesitamos una interrupción? Muchas veces, no cuestionamos nuestros modos de vida y sentimos que “estamos bien así”. Solo si observamos otras formas de vida podemos cuestionar lo propio. No en vano, Aristóteles dice en la Ética a Nicómaco que cada uno juzga la felicidad y el bien a partir del género de vida que lleva (1095b). Será necesaria entonces una dislocación para que nuestra ideas de la vida buena se desafíen.
Las rutinas, además, nos limitan cognitivamente. Desde nuestro horizonte, no podemos conocer otras experiencias y posibilidades. Como dice Sócrates en la Apología, la principal ignorancia es creer que sabemos cuando no sabemos. El principal problema de la ignorancia no es la ignorancia, sino el que ella nos lleva a pensar que el limitado horizonte de nuestra realidad es toda la realidad.
Las rutinas también nos limitan emocionalmente. Los relatos de transformación son elocuentes. Muchas historias sobre el racismo o el miedo al extraño lo muestran. Por ejemplo, en Gran Torino, de Clint Eastwood, vemos cómo la experiencia del protagonista, veterano de la guerra de Corea, lo condiciona emocionalmente a rechazar a la comunidad Hmong. Solo el encuentro con Bee Vang, que interrumpe su normalidad, le abre a una completa y enriquecedora nueva experiencia que cambia su percepción y su rechazo visceral frente a los extraños. En ese caso, es una transformación “emocional” que empapa nuestras valoraciones primarias, nuestros “ascos” y rechazos instintivos. Sin duda, la experiencia del “otro” puede ser particularmente transformadora.
Finalmente, las situaciones que nos dislocan nos abren a nuevas experiencias que nos permiten conocer dimensiones de nosotros y de nuestra existencia hasta el momento desconocidas. De alguna manera permiten que aparezcan “nuevas versiones” y dimensiones de nuestro ser, “músculos” que no usamos cotidianamente, nuevas capacidades y fragilidades.
En definitiva, las rutinas adelgazan nuestro horizonte de posibilidades. Para ensancharlo, es fundamental abrirnos a nuevas experiencias. Es análogo al rol que Paul Ricoeur da a la ficción: “Las experiencias de pensamiento que realizamos en el gran laboratorio de lo imaginario son también exploraciones hechas en el reino del bien y el mal…” . La vida y sus posibilidades están limitadas por nuestros horizontes. Una ampliación de dichos horizontes conlleva una ampliación de los horizontes vitales.
Un nuevo horizonte de significado
Las dislocaciones en nuestras vidas suelen traer una crisis de sentido o significado. Es similar a lo que, según Kuhn, produce una crisis científica cuando un paradigma es incapaz de explicar anomalías: esos cambios fuerzan la necesidad de un nuevo paradigma . Nuevas experiencias muchas veces revelan la incapacidad de nuestros paradigmas para explicar adecuadamente nuestra vida: estos dejan de tener sentido para explicar nuestro nuevo horizonte vital lo que nos lleva a una crisis y la necesidad de buscar nuevas significaciones.
Las nuevas experiencias, por sí mismas, no traen cambios significativos si no están acompañadas por un nuevo marco explicativo que dé sentido a esa experiencia. De ahí la importancia del momento reflexivo: para san Ignacio, el examen de toda experiencia y de la vida es fundamental (EE.EE. 43).
De esta manera se da una interacción virtuosa entre los acontecimientos –en este caso, experiencias– y su significación. Los acontecimientos por sí solos son mudos, si no somos capaces de dotarlos de significados. Pero, a su vez, la reflexión sin un anclaje en la experiencia es vacía.
Para que las nuevas experiencias hagan sentido, es importante también que se articulen con las antiguas. Las crisis de sentido que las nuevas experiencias producen son también, muchas veces, crisis de identidad. En el caso de Ignacio, su conversión se ancla en una importante articulación entre las experiencias antiguas y nuevas: sus deseos de honores y de servicio a una dama se transforman en el servicio al rey eternal. Si bien esos deseos se van purificando hacia grados crecientes de oblación de sí mismo, la transformación que experimenta es posible gracias a una cierta continuidad entre sus antiguos deseos de ganar honra y sus nuevos deseos de servicio a Jesucristo.
Los cambios se producen así por la dinámica de exterioridad e interioridad ya mencionada. Las experiencias transformadoras son exterior a nosotros en el sentido de que nos descolocan, pero dichas interrupciones no nos transformarían si no conectaran con lo más propio y auténtico de nosotros mismos. Esa conjunción de lo interior y lo exterior es bien expresada en la espiritualidad ignaciana en la dinámica de los deseos más auténticos. Los Ejercicios Espirituales no apelan a una completa disrupción de nuestra identidad, sino a una transformación que saque lo mejor de nosotros mismos, que nos conecte con nuestro yo más hondo, donde habita Dios. Es decir, los cambios más profundos se producen en una conexión con lo más propio, lo mejor de cada uno. En ese sentido, las experiencias transformadoras son profundamente exteriores y profundamente interiores.
Cambios en nuestras rutinas diarias
Finalmente, la prueba para cualquier experiencia que pretende ser transformadora es la vuelta a la “vida normal”. Es cierto que hay transformaciones vitales tan profundas que no hay vuelta atrás (como pérdidas significativas o cambios vitales definitivos), pero muchas experiencias extraordinarias se viven por un tiempo acotado y, por lo mismo, después hay una vuelta a las antiguas rutinas y a los antiguos modos de vivir.
Conocido es el tema de la vuelta a casa después de los Ejercicios Espirituales, “la quinta semana”. El ejercitante, inflamado de buenos deseos, suele temer que todo vuelva a la normalidad. Si bien hay muchas evidencias que muestran que las experiencias no nos cambian, también hay mucha evidencia de que sí lo hacen. De lo contrario, no tendríamos, por ejemplo, la espiritualidad ignaciana que nace de una profunda transformación espiritual.
Quizás uno de los elementos necesarios para que se produzca un cambio perdurable es que las experiencias alteren las rutinas, es decir, que se constituya una normalidad que integra aquello que constituyó la experiencia transformadora. Si nuestros estilos y prácticas de vida condicionan en parte importante nuestras creencias y paradigmas, solo un cambio en estilos y prácticas permitirán un cambio perdurable en nuestros paradigmas.
LA CUARENTENA COMO EXPERIENCIA TRANSFORMADORA
¿Podemos decir que la cuarentena es una experiencia transformadora? Puede serlo. En primer lugar, hay que hacer la prevención de que para muchas personas ha sido una experiencia tremendamente dura. Pero, en casos no traumáticos, donde no ha estado acompañada por la enfermedad grave, por la privación o por la extrema ansiedad, puede ser una experiencia positivamente transformadora. De hecho, en la cuarentena pueden aparecer todos los elementos que mencionamos que caracterizan a una experiencia transformadora.
Quizás el rasgo más notorio que aparece es la disrupción de nuestras rutinas. Las interrumpe y nos hace vivir de una manera desconocida para la mayoría, pasando la mayor parte de nuestro tiempo en casa con nuestros seres queridos, muchas veces trabajando desde ella o bien, nos lleva a pasar mucho tiempo a solas con nosotros mismos.
En segundo lugar, la cuarentena puede dar un nuevo significado a nuestra vida. Ello, por supuesto, no está asegurado. Pero, sin duda, la cuarentena disloca nuestros significados habituales. Al mismo tiempo, nos abre la oportunidad para encontrar nuevos significados, aunque para ello necesitamos encontrar los recursos que le den significación. Si la vivimos solamente como una ausencia de cosas que añoramos, será difícil que le demos un significado. Pero si permitimos que esta experiencia nos despierte preguntas y nos haga reflexionar sobre nuestra vida, es perfectamente posible que encontremos en ella un nuevo significado. La cuarentena, por ejemplo, nos invita a examinar nuestra vida, en ese sentido a “reflectir y sacar provecho” como lo dice Ignacio. Además, nos da un material valioso para nuestra oración y futuros retiros, para procesos terapéuticos, etc. Es un gran laboratorio interior.
CONCLUSIONES
En este artículo he querido mostrar el potencial transformador de algunas experiencias. Al mirar estas experiencias, nos damos cuenta de que cuando se dan copulativamente ciertas condiciones, la experiencia nos puede transformar profundamente la existencia.
He postulado además que, bajo ciertas condiciones, las cuarentenas que forzadamente hemos vivido son una oportunidad existencial y espiritual para hacer transformaciones y cambios en nuestra vida, al ser ella una experiencia que altera profundamente nuestras rutinas y pone en jaque los significados que habitualmente dan sentido a nuestras vidas. Ello puede posibilitar, bajo ciertos supuestos, transformaciones permanentes.
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