Francisca Márquez
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Paradojalmente, la fuerza de esta ciudad está en la segregación, condición que cada día crece a causa del modelo de sociedad que hemos permitido. Así, explica la antropóloga de la UAH, Francisca Márquez, la tesis de su último libro que explica por qué la capital no se desmorona.
Si la palabra “trizadura” alude a las líneas y partes que quedan de un todo destruido. ¿Por qué la antropóloga USH Francisca Márquez la eligió para hablar de la capital? Su último libro “[Relatos de una] Ciudad Trizada”, es el resultado de diez años de investigación Fondecyt, que la tuvieron recorriendo Santiago, escuchando a su gente, verificando las fronteras rígidas que la componen y preguntándose cómo logra resistir a pesar de estar tan profundamente segmentada.
Su conclusión: en la segregación está su fuerza. “Mi tesis dice que los santiaguinos nos hemos construido un relato, un cuento, un imaginario, con identidades urbanas propias que tienden a consolidarse y eso nos permite saber muy bien de dónde venimos, y cuando cruzamos la frontera de nuestro barrio, hay temor, pero siempre sabemos a dónde regresamos y eso nos tranquiliza”, explica.
El libro analiza las diversas formas de vida urbana tomando como referencia lugares emblemáticos como es la Villa La Reina, la Villa Portales, Jardín del Este, el campamento El Resbalón, la población San Gregorio, condominios de Huechuraba y las Torres de Tajamar.
La mayor parte son proyectos de la década de los ‘50 y ‘60 que se construyeron con la idea de replicarse para dar lugar a una ciudad más amable y con fuerte sentido urbano-social.
Escrito como un ensayo con una segunda voz, que es la de los pobladores y habitantes, la publicación advierte también el costo de esta paradoja de la “segregación de los iguales”. Según la académica, en ese terror de compartir con alguien diferente, se corre el riesgo de desmembrarse.
Francisca Márquez es antropóloga de la Universidad de Chile, magíster en Desarrollo, doctora en sociología de la Universidad de Lovaina y académica del Departamento de Antropología de la Universidad Alberto Hurtado.
-Profesora: ¿Cuál es el costo de vivir entre iguales?-
– Santiago está siendo fuertemente bombardeada de transformaciones, quiere codearse con otras ciudades grandes, pero este miedo al otro nos está jugando en contra. Le tenemos terror al migrante, al extranjero y al diferente, porque no estamos acostumbrados a vivir con la diversidad, porque en los islotes somos todos iguales. Frente a lo diferente los barrios se tensionan, tienden a criminalizar, a encontrar un enemigo interno y ese enemigo que mira con sospecha puede ser el migrante centroamericano o el poblador de la periferia.
– ¿Por qué era importante reunir los planos de los barrios?-
-Porque queríamos hablar gráficamente de la ciudad, los croquis sintetizan improntas identitarias del territorio. En La Chimba con los planos expresas cómo los inmigrantes reinventan el barrio y la casa haciéndola polifuncional; o en el Jardín del Este de Vitacura, el croquis permite mostrar el paisaje en torno al cerco verde y el resguardo de la intimidad. En el caso de la Villa La Reina, que es el croquis de la portada, recoge la propuesta ícono de Fernando Castillo Velasco que pensó una construcción de viviendas con pequeñas plazoletas, que permitían el encuentro entre los vecinos. Este proyecto urbano es un testimonio de pobladores profundamente conectados con la política que armaron sus casas pensando el país.
– Y esa identidad de los primeros pobladores se defiende o no. ¿Qué pasa con los hijos de la Villa La Reina?-
– Hoy en Villa La Reina no vas a encontrar a habitantes que quieran irse. Los hijos de los pobladores la valoran. Piensa que cuando se construyó hubo diálogo con los estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica, donde cada poblador construyó su casa y se la pagaba con trabajo. El proyecto nace de la mano del parque industrial, que iba a ser la fuente laboral de los pobladores. Todo eso desapareció durante la dictadura que rompe con los grandes idearios e instala el mercado como gran gestor de la política urbana.
– ¿Cómo es la convivencia actual entre las fronteras de estos islotes manejados por el precio del suelo?
– Son pequeños guettos donde se celebra una seguridad ficticia. Uno de los casos más complejos es el de los condominios de Huechuraba y su fuerte enrrejamiento, y donde un cerco electrificado los separa de La Pincoya. Si están insertos en ese territorio es porque son suelos baratos. En cambio, los habitantes de la Villa La Reina participaron de un pensamiento político y de ciudad, lo mismo en Jardín del Este de Vitacura. En cambio, quienes viven en los condominios de Huechuraba votan y consumen en los centros comerciales del sector oriente, no se integran a la heterogeneidad social que los rodea, salvo a través de las empleadas, jardineros o guardias.
-¿Cuál es el costo de estas formas de habitar la ciudad?-
-El costo es que los presupuestos municipales han crecido enormemente en seguridad ciudadana y la desigualdad social estalla por algún lado; por ejemplo, los portonazos. La segregación hace que las comunas tiendan a pensarse como pequeños islotes y la capacidad de pensar una organización y urbanización total se pierde. Cada sector plebiscita por su territorio y eso rompe el derecho de todos a la ciudad.
-¿La pregunta que cruza todas las investigaciones es cómo esta gran urbe logra resistir?-
-Cada barrio desarrolla su propia táctica para estar amarrada a la ciudad, por tanto todo territorio busca crear prácticas y narrativas para ser parte de ese todo. La Villa Portales se siente depositaria e ícono de una urbanización y arquitectura moderna; la población San Gregorio no olvida que fue la primera gran solución habitacional que ocupó las primeras páginas de los diarios cuando se produjo el traslado de los pobladores. Fue un hito, muy celebrado por la prensa nacional porque era una esperanza, se construían viviendas de calidad en la periferia de Santiago. El libro desentraña esas claves y explica que a pesar de sus trizaduras, la capital se sigue manteniendo como un gran objeto urbano.
La autora ha dirigido diversas investigaciones del Fondo de Ciencias y Tecnología de Chile y publicado libros y artículos sobre identidades urbanas, imaginarios, patrimonio y desigualdad en ciudades de América Latina. Éste su último trabajo surge de la fascinación por la gran ciudad que se mostró en toda su magnitud recién en 1970 y más tarde con el bombardeo de La Moneda cuando su barrio ñuñoíno se transformó en algo que hasta ese momento desconocía.
“Mientras algunos vecinos liderados por el almacenero Díaz celebraban el golpe militar en las veredas con mantel largo y comistrajos, otros se escondían en sus casas y cerraban las ventanas. Los que antes parecían compartir sobre una misma vereda dejaron de hacerlo. El silencio se apoderó de esas veredas donde antes nos reuníamos en grupos, sentados en las cunetas, a conversar y pasar la tarde. Fue en esos años que la ciudad se me mostró como la ciudad trizada que es hasta hoy”.
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