Diego García
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¿Qué tan peligroso es cuando la codicia se instala como carácter natural de un pueblo? Los casos de corrupción, el abuso de poder, el doble estándar, la acumulación, tienen explicación desde los encuentros entre ética y moral. Aquí la lectura filosófica de los riesgos de este tipo de andar.
Es bueno o malo que en la civilizada Suiza se construya el rascacielos más alto de Europa, o que frente a una emergencia sanitaria como la vivida en el norte de Chile el precio del agua se especule. Qué pasa en un pueblo cuando la elite económica y política es sumergida por el apetito excesivo de bienes e influencia. El profesor Diego García, investigador de filosofía política y razón pública de la Universidad Alberto Hurtado, hace una pausa académica para mirar con lupa lo que pasa en el mundo y en particular en nuestro país.
El académico explica que es necesario hacer la diferencia entre ética y moral y es bastante clara. Se alude a la moral cuando se acatan normas universales como por ejemplo las cristianas: el no matar, no robar o no cometer adulterio; en tanto la ética es la respuesta a por qué tendríamos que portarnos de una determinada manera. En ese sentido esta última es más desafiante para el ser humano, porque es una oportunidad filosófica de poner en cuestión la forma de hacer las cosas.
En el caso del hijo de una presidenta que se beneficia de su status para acaparar riqueza, se sospecha que está dando la espalda a un mandato que los electores entregaron a su madre y es un acto espurio. Para García lo peligroso es cuando ese acto ilegítimo se categoriza como normal y se adhiere al carácter social porque funciona en forma automática como es lavarse los dientes antes de irse a dormir.
El temor que se instale la ética de la ganancia fácil, de enriquecerse sin trabajar y esta relación inescrupulosa con el dinero es un riesgo de la sociedad moderna no sólo para los políticos sino que para todos los ciudadanos, por eso debe ser una alarma porque la sociedad se va por un rumbo que busca maximizar el beneficio propio y en principio sólo puede fiarse de sí mismo para satisfacer sus necesidades. “Ese ser humano desconfía de otros seres humanos que quieren arrebatarle lo mismo que él mismo quiere”.
-¿Qué tiene de malo una sociedad que cree que el dinero se gana fácil?
-Sin ser economista percibo que el dinero facilita que los factores productivos se pongan en movimiento y se traduzcan en producción de nuevas riquezas. Cuando lo controlan unos pocos se dificulta ese intercambio. El caso Penta muestra que la codicia se instaló como un valor. Pero ojo, si defiendes la codicia tienes que defender que todos seamos codiciosos y el problema es que el codicioso nunca se da por satisfecho, es un barril sin fondo, y el acumular funciona como un juego estratégico donde gana el que menos sea acumulado por otro.
¿Son los millonarios o quienes están más cerca de grandes sumas de dinero más proclives a quitarle un dulce a un niño?
-Ellos comprenden desde su codicia instalada como un valor que el dinero trabaja para ellos, y no al revés. Obviamente son capaces de quitarle el dulce a un niño porque actúan sin escrúpulos.
Yendo a la formación de este tipo de ciudadanos, vemos que empresarios y políticos han pasado por prestigiosas escuelas de pregrado, en ese sentido la pregunta es hasta qué punto los ramos de ética que reciben moldean su comportamiento en la esfera pública. Y ahí Diego García hace una diferencia: la formación moral no depende sólo de su enseñanza en una cátedra y sin conexión real con los contenidos medulares de esas mallas curriculares. El comportamiento depende de la educación informal, que se adquiere mediante el aprendizaje por imitación de modelos significativos, por ejemplo, a través de la publicidad o simplemente de los patrones de consumo y evaluación con que nos relacionamos unos con otros. “No se es ético por leer libros de economía y ética, sino en la manera en que comentamos nuestros “logros patrimoniales”, nuestros curriculums laborales, nuestras escalas salariales y nuestra capacidad de consumo”. Un problema que se enfrenta es que normalmente están disociados los contenidos de las cátedras de ética con las de disciplinas económicas, y para qué decir de las prácticas sociales. El desafío ético sería integrarlas, relacionarlas, interpretarlas y aplicarlas complejamente.
Diego García
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