Juan Manuel Garrido
Director Doctorado Filosofía UAH
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¿Qué tiene de diferente esta crisis a todo lo que la humanidad ha vivido? ¿En qué debería remecernos? El Director del Doctorado en Filosofía de la UAH, Juan Manuel Garrido, lo explica desde la disciplina y alerta que una vez que pase todo, vamos a volver exactamente a lo mismo.
En estos tiempos inciertos, el ser humano confinado en su casa y obligado a comunicarse de forma virtual, se ha visto enfrentado a los miedos más básicos como perder el empleo y a la amenaza real de la muerte. Este periodo pandémico inimaginable y la incertidumbre que instala es el análisis del Doctor en Filosofía de la Universidad de Estrasburgo y Director del anillo Producción del Conocimiento en el Chile Contemporáneo, Juan Manuel Garrido.
-¿Está de acuerdo que esta pandemia nos pone en un lugar tremendamente inseguro o es de los filósofos que dice que este es un momento terrible, pero uno más?-
-Me parece acertado calificar que estamos en tiempos de incertidumbre, lo que no significa que no lo hayamos vivido antes. Pero no tenemos claro cómo conceptualizar el tipo de incertidumbre que estamos viviendo. Cuando uno mira el panorama tanto fuera como dentro de Chile, hay mucho titubeo acerca de cómo caracterizar esta pandemia, qué certezas y supuestos remueve, todavía no la hemos asimilado conceptualmente.
“Menospreciar al que tiene miedo a perder el trabajo es el peor error”
– ¿Qué cambia cuando nos hacemos conscientes de la fragilidad de no saber?-
-La filosofía, las ciencias sociales, las humanidades y las ciencias siempre se han preguntado sobre el futuro, lo que no se conoce y lo que no se anticipa. Si uno piensa en la filosofía del siglo XX, siglo plagado de catástrofes y de guerras producidas por el ser humano, el futuro tenebroso es concebido en relación con la voluntad o irresponsabilidad humana. Es el ser humano, su perversión o falibilibilidad la que introduce incertidumbre en el mundo. No creo que podamos seguir pensando hoy que la fuente de la incertidumbre radical acerca del futuro de nuestra existencia provenga de la intención, perversa o falible de los seres humanos.
Hoy parece que los escenarios más inciertos, riesgosos e inquietantes los pueden producir las mejores intenciones y los cálculos más responsables. No controlamos los efectos que produce la mejor intención de vivir bien en este planeta. Incluso en un mundo perfecto, o al menos uno que eliminara buena parte de los problemas que genera la desigualdad, la acumulación irracional de riqueza, el desprecio a la democracia, etc., incluso en ese mundo ideal, nadie podría predecir los efectos involuntarios de nuestras mejores intenciones, de nuestros mejores diseños políticos y económicos.
-¿Qué significa en términos prácticos una situación como la que estamos viviendo?-
-Significa una incertidumbre económica feroz, estamos viviendo una incertidumbre que nos hace preguntarnos individualmente y colectivamente, si vamos a poder, en unos pocos meses más, producir las condiciones mínimas para seguir viviendo. Esto nos afecta en lo más singular e individual de cada uno. Me gustaría pensar que la experiencia de esta pandemia nos hará entender cuán ingenuo es (y, por cierto, muy de intelectual, muy de académico “responsable” y “conectado” con su entorno) mirar en menos la preocupación de “la gente” a “perder el trabajo”, el “temor al inmigrante”, la pulsión del consumo, etc. Me encantaría que los intelectuales pudiéramos resintonizar con estas dimensiones más básicas del ser humano.
El miedo, no por irracional o vergonzoso o estúpido, es menos humano. Ahora con la pandemia los intelectuales (al menos, los asalariados) quizás vamos a sintonizar un poquito más con lo que pasa.
“Vivir consiste en estar ocupados de la muerte”
-¿Cómo se vive en esa línea de incertidumbre continua?-
-En todos los saberes, la idea de lo incalculable e impredecible hace tiempo está asimilada, pero lo que queda claro hoy es que frente a la más mínima amenaza real de la muerte no tenemos cómo responder. Parece que las incertidumbres que se manipulan en ciencias y en ingenierías son inapropiadas para modelar lo que nos pasa cuando se nos tocan las seguridades elementales de la existencia. En el fondo, el discurso que teníamos acerca del riesgo se hacía desde la productividad para maximizar la vida productiva, pero no es adecuado para conceptualizar las incertidumbres que genera la situación que estamos viviendo. Sobre todo hasta hace unas semanas, cuando uno veía que ningún país salía de esto, la incertidumbre no era de cómo voy a sobrevivir en el mercado, era la incertidumbre de si voy a tener la posibilidad de seguir viviendo o cuánto tiempo más voy a vivir.
-Pensar en la muerte es inevitable, pero ¿en una pandemia se hace diferente?-
-Es un tema tan pensado y tan difícil. Cuando uno ve la historia de la filosofía o de cualquier producto cultural reflexivo, la muerte es el tema de todos los tiempos, parece que vivir consiste en darle palabra a ese tema, como que no estamos tranquilos a menos que nos contemos un cuento acerca de lo que es nuestra vida antes de la muerte. No hay ninguna “filosofía de vida” en sentido general o específico que no se pregunte cómo hacer encajar la muerte.
Vivir consiste en eso, en estar ocupados de la muerte, lo que significa no sólo estar ocupados de no morir, sino también de cómo decir la muerte. Por ejemplo, la vida en nuestras sociedades capitalistas modernas tiene un lugar programado en la etapa post-productiva. A menos que sea accidental, está en una especie de cajón bien resguardado, y esa fantasía -que no por ser fantasía produce menos efectos en el mundo- hoy claramente se ve removida.
“Este período es como un laboratorio humano o una pesadilla”
– La cuarentena o el confinamiento nos ha hecho convivir con nosotros mismos 24 horas, sin atender a relaciones sociales. ¿Eso revela también la capacidad que tenemos de soportar lo que somos?-
-Este periodo es como un laboratorio humano, es como una pesadilla, porque era insospechado e inimaginable una situación en la que iba a poder experimentar cuánto aguantábamos con relaciones únicamente virtuales. Eso era antes imaginable solo como un experimento mental y ahora es un experimento que no tiene nada de mental. Y nos estamos dando cuenta de que las relaciones humanas que se basan en la afectividad del cuerpo son insustituibles, son vitales. Hay situaciones dramáticas que lo revelan: cuando alguien se ve impedido de acompañar a un muerto cercano, o acompañar a quienes sufren por la muerte de un cercano.
Yo tendería a pensar que la clave para entender cómo el cuerpo funciona en las relaciones humanas tiene justamente que ver en el espacio de las relaciones donde la palabra no sirve. Eso se puede ver, por ejemplo, en las relaciones amorosas, donde decir ‘te amo’ no basta para nada para convencer a alguien de que lo amas. El cuerpo es insustituible. En la pandemia quizás las relaciones amorosas no se han visto tan interrumpidas porque no son prohibidas por la cuarentena (en algunos casos son incluso fomentadas). Al menos no aquellas relaciones aceptadas o instituidas socialmente. Seguro hay también mucha historia de amor cruelmente aplastada por la pandemia.
En la muerte, el dolor, la pena, ahí la palabra no sirve, acompañar a alguien en su dolor no es expresar o informar nada, es simplemente acompañar. ¿Cómo uno hace eso sin la presencia física? Las relaciones humanas tienen dimensiones que suponen abandonar la palabra y ese registro está afectado.
-¿Qué ideas deberían instalarse para enfrentar los nuevos escenarios?-
-Probablemente no va a pasar nada. Si solo el impedimento físico nos ha desviado de la manera en que estábamos viviendo y produciendo. Creo que vamos a volver exactamente a lo mismo; de hecho, probablemente va a volver con más fuerza la planificación de la productividad sorda y ciega a las consecuencias ecológicas y de desigualdad. A lo sumo yo esperaría que en un nivel más reflexivo, más académico, refinemos un poco más nuestra conceptualización de la incertidumbre.
Objetivamente el calentamiento global del que estamos hablando hace décadas, es bastante más peligroso que el virus. Estamos llenos de datos al respecto. Sin embargo, nuestra actividad productiva no se detuvo por obra de esa evidencia, sino por la brutalidad del Covid-19. Solo la inminencia de la muerte pudo detenernos, por lo demás bien a regañadientes, porque las medidas para evitar el Covid-19, no es que hayan resultado de un proceso reflexivo, de un proceso de deliberación colectiva, sino que nos hemos visto obligados a esto. Y apenas podamos volver al ritmo de antes, volveremos, y ahora con más coartadas para desatender el problema ecológico.
“La vida no necesita tener sentido para que la vivamos”
-¿Piensa que estamos en un cambio de época?-
– Las ideas de “época” y de “cambio de época” son relativamente recientes, y la filosofía las discute abierta y profusamente por lo menos desde Hegel. Una época es un horizonte de sentido vivido colectivamente como espacio de identidad y de futuro.
De alguna forma, supone que somos -los seres humanos, las comunidades de seres humanos- agentes determinantes de nuestra propia historia; supone que en nuestras manos está forjar nuestro propio presente y la posibilidad de nuestro propio futuro. ¿Pero qué relato de destino individual o colectivo tiene fuerza hoy para determinar nuestra acción, para forjar nuestro presente?
De hecho, ¿podemos seguir viviendo como si el presente y el futuro dependieran de lo que hagamos o dejemos de hacer? ¿Cuál es el margen que le va quedando a nuestra “acción”, a nuestra “intención”? Muy poco, o nada. No hay margen para apartarse de la producción no ya de un sentido de la vida, sino de los meros medios que posibiliten la vida.
Nuestro problema parece ser que estamos un poco condenados a abandonar toda iniciativa que no sea aquella de responder a la necesidad de producir, no un destino, no una idea de vida, sino la posibilidad misma de no dejar de vivir.
Nos lo confesemos o no, ya no podemos confiar en nuestra iniciativa, en nuestra capacidad de iniciar mundos, de iniciar cosas en la historia. Basta mirar el estado en que nuestras iniciativas tienen al planeta para entender que los efectos de nuestras iniciativas nos escapan completamente.
Parece que hemos dejado de vivir en función de horizontes, de ideas, en suma: hemos dejado de vivir en la época de las épocas. El concepto mismo de “época” ha dejado de tener sentido. Probablemente ni siquiera hay ya un “nosotros” con el que podamos identificarnos de manera espontánea y creíble.
– ¿Cómo se busca la felicidad en un futuro incierto?-
– Me parece que el concepto de “felicidad” ha dejado de ser una categoría iluminadora para entender nuestra condición. ¿Quién toma o puede tomar una decisión en función de la representación que se hace de una vida plena? ¿Quién vive su vida como afirmación de un sentido para su vida? ¿Quién puede sostener su vida, la práctica misma de vivir, en un “sentido de la vida”?
Desde luego, muchos podemos gritar: “¡yo lo hago, yo lo hago!” Pero la vida definitivamente no necesita tener sentido para que la vivamos, o para que la alteremos, o la produzcamos, o la destruyamos.
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