Elizabeth Lira
Decana de la Facultad de Psicología
Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales
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La decana de la Facultad de Psicología de la UAH Elizabeth Lira, analiza el momento que estamos viviendo frente a una pandemia que cada vez corre más el cerco del tiempo que estará entre nosotros. Para ella, somos un país que no se ha cuidado lo suficiente y eso en parte se explica por las condiciones de vivienda y trabajo de cientos de miles de personas que les dificulta el cuidado de su vida como se requiere, pero para otras, se abre la pregunta para qué y por qué vale la pena vivir: “Cuidar la vida es para vivirla de una manera que tenga sentido, y hace mucho tiempo que los chilenos no conversamos de eso”, sostiene.
El término incertidumbre en la economía no existe y desde la planificación de las ciudades tampoco es un término que importa. Desde la psicología: -¿Cómo se comprende el estado de incertidumbre en el ser humano?-
-Yo creo que incertidumbre es una palabra que nos remite a su contrario, es decir a la certeza. En el contexto de pandemia tenemos pocas certezas, a las que se suman las reacciones ante el estallido social. Para un sector de la sociedad se generó una percepción de pérdida de control e imprevisibilidad sobre la conducta social de los otros, profundizando la percepción de amenaza por los cambios deseados por millones de personas. El desafío es pensar cómo vivir con pocas certezas, las que históricamente provenían de la religión, de las ideologías, de las ideas de “progreso”. Hemos aprendido que en contextos de cambios tan drásticos como la vida en pandemia, convivimos con grados de inseguridad e incertezas sobre el presente y el futuro próximo en los espacios sociales, pero también en los espacios privados.
-¿Qué elementos se suman a este estado en función de la pandemia?-
-Se han alterado las formas cómo vivimos cada día, y por cierto ha cambiado cómo nos relacionamos con las otras personas. Esos cambios son nuestras certezas actuales. Enfrentar situaciones tan complejas como éstas dependen de nuestra capacidad de adaptarnos y vivirlas de la mejor manera posible dentro de las limitaciones, dentro de las frustraciones, y de las dificultades. No estoy tan segura que uno pueda caracterizar particularmente este tiempo como un tiempo de incertidumbre; lo que podemos asegurar es que tenemos certezas sobre situaciones que para muchos son desastrosas, pérdida de empleo, pérdida de la calidad de vida, riesgo de perder la vida o perder seres queridos.
La incertidumbre radica en que no sabemos todavía cómo podríamos recuperar una vida mejor; cómo podríamos estar más contentos con lo que hacemos, anticipar tiempos en que podamos soñar. Pero todo eso está en el ámbito de lo incierto, mientras que los desastres están en el ámbito de lo cierto.
“Todos necesitamos una cierta distancia corporal para poder convivir”
-¿Qué no sabíamos de nuestra vida y qué se nos hizo presente por efecto del encierro?-
-La cuarentena ha implicado durante meses funcionar sin las pausas e interrupciones habituales que se producían al trasladarse a los lugares de trabajo. Eso genera tensiones y agobio. Cada persona necesita una cierta distancia subjetiva y corporal para poder convivir. Los adolescentes y jóvenes son particularmente sensibles a sus tiempos y espacios privados, y en una situación como ésta eso no se produce fácil ni espontáneamente. Y mientras más grande sea la familia, con miembros de diferentes edades, con niños pequeños, con necesidades de estudio y trabajo que hay que compatibilizar, más complejo se hace porque las demandas de afecto pueden ser mucho más exigentes, precisamente por el encierro y la sobrecarga de trabajo y de tareas para cada uno.
-Llevamos seis meses de cuarentena sin relaciones sociales: ¿Cambiarán las formas de relacionarnos una vez que acabe todo?-
-Depende, yo creo que para algunas personas la única confirmación de las relaciones afectivas es la relación física, de tocarse, de estar en contacto con el cuerpo del otro y eso es algo que en la familia se altera menos, pero con los extraños se altera del todo. En las culturas anglosajonas el distanciamiento físico ha sido por siglos la regla, en cambio en la nuestra, la gente cuando se encuentra se abraza, se saluda y ahora con este riesgo de contagio eso no se puede ni se debe hacer.
“Cambiar no es fácil”
-El país está viviendo un paulatino desconfinamiento y las personas están saliendo a la calle lentamente: ¿Cómo se enfrenta el miedo al otro?-
– Veo difícil este tiempo. Gran parte de los contagios que hemos tenido -Chile es uno de los países con más contagios en relación con la cantidad de habitantes- tiene que ver con que la gente parece no haberle tomado miedo al otro como fuente de contagio. Hay muchísimas personas que negaron o no se hicieron cargo de los riesgos, pero también hay otros que no tenían información apropiada, o no tenían condiciones para cumplir con las recomendaciones.
Lo que hoy sabemos es que este virus es muy impredecible, en algunas personas desarrolla un cuadro dramático y pone en riesgo su vida y muchos han muerto. Al parecer los más jóvenes y los niños, son los que se han tomado muy en serio las tareas de lavarse las manos, de usar mascarillas y entender en qué lugares estaría el riesgo. La contagiosidad sigue activa y no debieran suspenderse las precauciones. Nos va a costar mucho tiempo salir de eso, porque nos obliga a modificar nuestros hábitos y costumbres y cambiar no es fácil.
-¿Qué tenemos que pensar cuando enfrentemos nuevamente el espacio público?-
-Ponernos estrictos porque lo que está en riesgo es la vida de las personas y la nuestra. El riesgo es de las pocas certezas que tenemos. Yo creo que es imposible no darse cuenta que en Europa o en Estados Unidos, donde están en verano, la gente sale a la playa y comparte y se han producido rebrotes. Este es nuestro próximo riesgo, este desconfinamiento si no se toma con precaución y prudencia, implica volver nuevamente a medidas drásticas, pero el problema más de fondo radica en el cuidado que debemos instalar como rutina cada uno de nosotros, en todos los lugares y relaciones, ya que es lo único que puede garantizar genuinamente que, a la vez que nos estamos protegiendo, detenemos el contagio.
-¿De qué manera la amenaza del contagio pone en peligro la convivencia social?-
-Al empezar el desconfinamiento la gente empieza a salir, pero no tienes ninguna certeza de que el otro sea o no una amenaza de contagio. Mientras no haya vacuna vamos a tener ese fantasma por delante y eso afecta la convivencia y no sabemos muy bien cómo evolucionará. Todo lo que sabemos implica forzarnos a mantener la distancia física y a veces eso instala una barrera social, pero no hay otra forma por ahora.
-En Chile las autoridades han alertado por el deterioro de la salud mental: ¿A su juicio hay diferencias entre hombres y mujeres en la forma de enfrentar esta crisis?-
-Yo creo que es muy difícil poder contestar esa pregunta. Yo diría que en todas las situaciones hay diferencias -hombres, mujeres, niños, ancianos, personas con trabajo o sin trabajo- y no parece posible evaluar situaciones que conocemos de oídas. Una persona que vive sola, o con cinco hijos entre los 2 y los 12 años, o una mujer que cuida a dos ancianos y a la vez a su familia y al mismo tiempo teletrabaja, tienen exigencias permanentes. Creo que en la vida cotidiana de miles de personas hay situaciones diferentes y muchas son muy tensionantes en sí mismas y acumulativamente, más aún.
La pandemia ha afectado las condiciones de vida y en algunos casos ha implicado reducir los recursos emocionales para enfrentar oportunamente las dificultades y los conflictos. En estas condiciones muchas personas requieren apoyo psicológico. Es importante reconocer el valor de escuchar, del apoyo, los consejos que las personas se puedan dar entre sí, en la familia como entre personas cercanas, desde un llamado telefónico como por otras formas de comunicación para reafirmar los vínculos.
En este tiempo, madres y padres (y abuelos y abuelas, hermanas, hermanos…) han debido supervisar las actividades escolares y organizar la convivencia, a veces en espacios estrechos. Eso ha implicado una oportunidad para compartir con la familia y especialmente con los niños, conversando sobre lo que se espera de ellos, no solo que cumplan con sus tareas, que se entretengan con sus juegos (“que no molesten”) sino también que puedan cooperar con las tareas del hogar. Los adolescentes y los niños pueden ayudar y ser parte de las actividades cotidianas. Es importante valorar sus capacidades y reconocer su colaboración, generando aprendizajes compartidos y reforzando lazos. El cuidado de la casa, de los niños, el almuerzo, las compras, lavar la ropa y la limpieza son oportunidades de aprendizaje y colaboración que pueden ser muy satisfactorias para toda la familia.
-La muerte que es un tema tabú: -¿Usted cree que la pandemia hizo que a la fuerza hablemos de ella de una forma cercana y reflexiva?-
-Hay familias que han tenido la capacidad de hablar sobre los miedos que surgen por el riesgo de enfermedad grave o de muerte. Pero ha sido común negar el temor a la muerte asociada a la pandemia, negando el miedo, pero también negando que la muerte se hubiera producido por el Covid 19, a pesar de las evidencias. Nuestra cultura sobre la muerte nos distorsiona porque nos hace evitar hablar de la muerte como el fin de la vida y en estas circunstancias de pandemia, evitar hablar del riesgo de muerte no favorece la prevención.
Nos cuesta hablar de la muerte y funcionamos como si no existiera y con esta pandemia se nos ha impuesto de una manera terrible, pero también de una manera invisible. Cuando dicen que mueren 99 personas no sabemos si son hombres, mujeres, viejos, jóvenes, niños… entonces mientras no sea la vecina o el abuelo o el sobrino, la muerte no tiene rostro ni pertenece a nadie, por lo tanto, no tiene nada que ver conmigo, de esta manera podemos funcionar como si el problema no existiera.
-¿Qué razones explican esta conducta?-
-Yo creo que de alguna manera eso ha estado entre nosotros como sociedad y ha estado entre nosotros en esta pandemia; esta situación nos enfrenta a un cuestionamiento existencial, a pensar por qué vale la pena vivir, aquí hoy día, por qué vale la pena cuidar la vida y para vivirla de una manera que tenga sentido, y hace mucho tiempo que los chilenos no conversamos de eso. Hace cien años la gente pensaba que una pandemia era un castigo de Dios, hoy día esta respuesta no tiene sentido para muchos, dado que la mayoría de la gente no es religiosa. La imposibilidad de darle algún sentido a esta situación puede generar mucha angustia. Esta experiencia puede desequilibrar y afectar emocionalmente si las personas no pueden activar sus recursos basados en sus valores, sus convicciones y sus afectos. Reflexionar sobre el sentido de la vida es un desafío que puede ser positivo, y puede fortalecer los recursos personales, pero siempre esa posibilidad depende de las propias personas y también de su entorno más inmediato, y especialmente de sus apoyos afectivos.
-¿Qué es lo bueno de esta pandemia a un nivel social?-
-Yo creo que una de las cosas buenas es que ha resurgido la respuesta solidaria, recuperar la noción de que el sentido de vivir se enriquece siendo solidarios, compartiendo tu tiempo, tus ideas, dinero o lo que tengas. Es como si este tiempo nos permitiera revelar algo que existe entre nosotros, (como se revelaban las fotografías en otros tiempos cuando el líquido aplicado mostraba que el papel oscuro tenía algo dentro, al surgir la imagen que contenía), lo que se nos revela en este aprendizaje de colaboración, es que compartimos un potencial virtuoso.
Yo creo que para mucha gente esta ha sido una gran oportunidad para pensar y compartir mejor con sus hijos. El teletrabajo es verdad que ha sido muy agobiante, pero el tiempo de cuarentena, al no poder salir a la calle, nos obligó a pensar en los tiempos de convivencia dentro de la familia. Hay muchas personas que han logrado encontrar un lado positivo y se han desarrollado formas de colaboración: “hoy cocinas tú, mañana otro pone la ropa en la lavadora y después hay otro que saca la ropa y la cuelga”. Ese tipo de cuestiones son finalmente las que conducen a una convivencia más grata para todos.
-Hemos visto muchas peleas en la convivencia doméstica y en la violencia hacia la mujer las cifras se dispararon como efecto del encierro. -¿Qué nos está pasando?-
-La mayoría de los conflictos de las familias viene del choque por las frustraciones, los contratiempos, las irritaciones que se generan en el esfuerzo de convivir y cuando las personas no tienen muchas veces las herramientas ni las ganas de entenderse. Si los padres están angustiados, tienen miedo de perder el trabajo, o ven disminuidos sus ingresos y eso los agobia, muchas veces en lugar de reconocer lo que les pasa, se irritan, se enojan con los hijos, la pareja y las situaciones escalan. Para muchas familias resulta difícil reconocer la situación que les afecta, que les preocupa; reconocer que “estamos asustados de cómo vamos a salir adelante, pero estamos juntos” no siempre es un punto de reflexión. Los hombres más jóvenes han sido una revelación en muchas familias por su capacidad de cuidar los niños, cocinar y compartir responsabilidades de todo tipo, superando visiones obsoletas sobre la división del trabajo en la familia, y, especialmente, superando la idea de que el cuidado es responsabilidad exclusiva de las mujeres en la familia.
-Una serie de televisión mostró la experiencia de un psicólogo virtual que trataba los problemas de las relaciones durante la cuarentena, fue como un espejo de lo enfermo que estamos.
– En Chile teníamos un problema serio de salud mental previo a la pandemia. Se ha constatado la prevalencia de cuadros depresivos, y alto consumo de alcohol y de drogas. Las tensiones y conflictos aumentan los riesgos, pero no necesariamente las personas piden ayuda o consultan por atención profesional. Lo que suele ocurrir es que las personas siguen lidiando con sus problemas como lo han hecho siempre, es decir, evitando enfrentarlos y acumulando malestar. Muy poca gente se detiene a pensar sobre lo que le pasa, lo que siente, o preguntarse, por qué me frustro tanto con mis hijos, por qué me da tanta rabia o por qué grito en lugar de hablar con calma…
Cuando las personas reflexionan sobre lo que les pasa se abre la posibilidad de pedir ayuda. El riesgo es que al no reconocer los problemas emocionales y de relación con los otros, las dificultades se mantienen y la vida se puede vivir de una manera muy infeliz.
Los problemas no cambian al consultar, pero el diálogo con un especialista puede ayudar a cambiar la mirada sobre lo que “me” –“nos”- afecta, descubriendo recursos y posibilidades que pueden contribuir a aliviar la angustia y a enfrentar las dificultades con mejores resultados.
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