María Teresa Rojas
Académica e Investigadora Facultad de Educación UAH
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A medida que comienza el retorno a clases presenciales, la Doctora en Ciencias de la Educación y académica de la Universidad Alberto Hurtado, María Teresa Rojas, se pregunta si seguiremos enseñando lo mismo y de la misma manera. Aquí, parte de su análisis que es resultado de enseñar por meses con cámaras apagadas y muchas horas de exposición a diversas pantallas.
Para la investigadora de la Facultad de Educación de la Universidad Alberto Hurtado, María Teresa Rojas, hace décadas un grupo de intelectuales junto a agentes del mundo político y sectores de la elite auguraban el fin de la escuela porque no era capaz de responder a las demandas de la niñez y a los desafíos del conocimiento actual. Sin embargo, en plena pandemia se observó que la escuela es más necesaria que nunca porque la sociedad organiza sus vidas en relación a su funcionamiento: “Quienes estamos con los hijos hemos tomado conciencia de que puede gustar más o menos lo que enseñan, pero la estructura y el ciclo de vida social que entrega es vital”, dice.
-Después de una experiencia planetaria que cambió los vínculos sociales y la relación con el conocimiento: ¿Qué se espera del regreso a una sala de clases presencial?-
-No sabemos cómo se van a organizar los espacios y los tiempos de la escuela, tampoco cómo van a ser las relaciones interpersonales, más aún después de una experiencia de meses donde niños y niñas han exacerbado su relación con las pantallas. Puede aumentar la percepción de que estudiar con dispositivos es más entretenido que en una sala; pero también puede pasar lo contrario, es decir, que surja una demanda por estar en la sala con compañeros y profesores.
Es difícil predecir el futuro escolar y cómo será el reencuentro, no lo sabemos, porque es incierto y lo que vemos es ansiedad de parte de los profesores, de las familias y de los niños y niñas. La reflexión más generalizada es que el retorno deberá contemplar un tiempo considerable para trabajar la dimensión socioemocional de todos.
-¿Cuál es su análisis sobre cómo los profesores se adaptaron a lo virtual y qué piensan de lo que viene?-
-Hemos tenido que reaccionar espontáneamente e improvisadamente, pero ahora viene el tiempo de estructurar modelos de cómo y para qué vamos a enseñar. Los profesores no saben cómo reacomodarse en este contexto, y qué importancia van a tener el próximo año si sigue la situación como está. Por otra parte, son pocas las escuelas que han podido aprovechar este tiempo como una oportunidad, es decir, remirar las prácticas pedagógicas, centrarse en temas prioritarios, fomentar más la evaluación formativa y la retroalimentación más que una cultura centrada solo en las notas. Son pocas las escuelas, porque la mayoría debe seguir los lineamientos ministeriales que han sido rígidos, centrados en una visión asignaturista de la enseñanza. La insistencia de las autoridades en no considerar la promoción automática, obliga a pensar en cómo colocar notas, más que en procesos de retroalimentación y en un plan de nivelación para el 2021.
La promesa no cumplida
-¿Está de acuerdo en que se rompió la promesa de que el sistema educativo significaba movilidad social?-
-La promesa meritocrática es parte de lo que se viene quebrando hace años y que se hace visible para un sector más amplio de la sociedad con la crisis de octubre del año pasado. Las personas han ido entendiendo que son más importantes las redes sociales forjadas en las escuelas de elite, que todos los esfuerzos para poder educarse y configurar un bienestar más sólido, porque mira lo que está pasando, bastó una crisis como la que estamos viviendo para que parte de la población esté sin trabajo y algunos sin poder comer. Los esfuerzos de mejorar las condiciones de vida a través de más años de educación chocan con una estructura desigual que parece muy difícil de franquear. Yo creo que sin duda educarse es positivo y mejora la vida de las personas, porque logras acceder a saberes, conversaciones, miradas que te enriquecen, que mejoran tu forma de entender la ciudadanía. Lo complejo es compatibilizar esta “movilidad humana” con la escasa movilidad social, pues aunque educarnos nos haga mejores personas, la persistencia de las desigualdades sociales impide hacer un vínculo directo entre educación y desarrollo humano y social. En otras palabras, mayor educación también puede significar mayor frustración si percibes que hay una serie de derechos y privilegios en la vida social a los que nunca podrás acceder.
-La crisis de la desconfianza en las instituciones toca también a la escuela: ¿Cómo se enfrenta este conflicto?-
-El sentido de la educación está en crisis especialmente en los países que han optado por fomentar modelos educativos mercantiles y Chile forma parte de uno de ellos, porque nos hemos obsesionado por los resultados de aprendizajes en dos asignaturas y hemos reducido la noción de calidad de la educación al rendimiento y a lo medible. Somos el país que más test estandarizados aplica a los niños y niñas de todo tipo. ¡Desde este punto de vista, por supuesto que la escuela enfrente una crisis, pero es la crisis del Estado mercantil que ha reducido al máximo la formación integral de niñas y niños. De no existir las presiones por la competencia educativa, amparadas en una lógica subsidiaria y de rendición de cuentas, es probable que las escuelas retomaran un lugar en la sociedad como instituciones que forman a la ciudadanía, y que les permitan a las futuras generaciones pensar su participación en lo público.
-¿Qué quiere decir cuando usted dice que hay que reconfigurar el sentido de la educación?-
– Es mirar, por ejemplo, cómo a inicios del siglo XX el liceo fiscal era una promesa de incorporación a una conversación pública para democratizar el país. Las primeras mujeres que entraron al liceo fiscal fueron las primeras feministas que lucharon por los derechos ciudadanos de las mujeres, porque la escuela era una promesa de ciudadanía que daba la posibilidad de participar de lo público. Hoy día la racionalidad de la calidad educativa obliga a traducir un desempeño y una trayectoria en una métrica excluyendo o privando a los niños, niñas y adolescentes de participar de una conversación social urgente que tiene que ver con mejorar la democracia y el medioambiente.
-Frente a esa barrera mercantil, la pregunta entonces es: ¿Qué queremos formar?-
-Y agregaría cómo enseñar a los futuros profesores que nuestro rol respecto al fortalecimiento de la ciudadanía es formar a sujetos que se relacionen diferente, que tengan una cultura de respeto hacia el medioambiente, de respeto hacia los derechos humanos, de respeto al género, hacia una cultura de no descalificación, sin clasismos ni racismos en un país que crece y crece su tasa de migración.
Mi reflexión apunta a nosotros los profesores universitarios que hoy formamos a los futuros profesoras y profesores. Sabemos que los futuros docentes necesitan saber de su disciplina, pero necesitamos reflexionar y proponer con mayor asertividad cómo les enseñamos (o nos enseñamos mutuamente) a formarse como ciudadanos de la deliberación, el respeto, la hospitalidad y con una cultura activa de defensa del medio ambiente y los derechos humanos.
Cámaras apagadas
-Retornar a la sala de clases presencial implica sumar la experiencia virtual: -¿Qué se ha conversado de este tema?-
-En el departamento de Políticas Educativas de la UAH armamos un trabajo para recopilar experiencias de profesores y directivos para mostrar experiencias positivas y no sólo darle tribuna a la idea de que los profesores no saben cómo trabajar a distancia. En este trabajo nos dimos cuenta que la virtualidad abrió una oportunidad para trabajar innovadoramente. Pero yo creo que se trata de profesores y profesoras que siempre han sido muy buenos profesores y que responden flexiblemente frente a contingencias complejas. En estos casos observamos que se ha ganado en la promoción de una cultura más autónoma con el estudiante.
Aquellos profesores que están haciendo cosas innovadoras depositan confianza en los estudiantes y suponen que si dan ciertas instrucciones, las van a seguir, eso es lo primero. Lo segundo que vimos es que los profesores que trabajan el cuerpo promueven que los sujetos conversen, pero eso implica mucha destreza pedagógica.
-¿Cómo es eso?-
-Les piden a los jóvenes que se paren, que se muevan, que hagan algún ejercicio, que presenten a su mamá, a su hermana, o a los niños les piden que respondan preguntas o muestren a sus mascotas. Vemos también que la autonomía hace que los jóvenes aprendan el uso de las fuentes en internet que es otro gran aprendizaje, no basta con copiar la información sino que hay que saber filtrarla, elegirla, trabajarla y procesarla. Te diría que en las buenas experiencias de virtualidad hay un profesor y una profesora que entendió que enseñar es trabajar críticamente los contenidos. Pero insisto, yo intuyo que son profesionales que en cualquier circunstancia harían buenas clases. Los buenos profesores y profesoras de la pandemia, son siempre aquellos que saben de pedagogía.
-Los niños y niñas manejan muy bien los dispositivos que hasta antes de la pandemia estaban prohibidos en la sala de clases y hoy son indispensables. -¿Llegaron para quedarse?-
-Estamos trabajando con una generación que lee todo en el celular y que su relación social e incorporación de información y conexión con los otros es esta virtualidad. El lenguaje es muy visual, pueden ver imágenes, videos, películas, todo a la vez y eso nos obliga a incorporar en nuestro guión pedagógico la visualidad. Dudo que hoy alguien pueda hacer clases sin considerar imágenes, videos, memes, recursos digitales, etc. al menos yo tuve que rediseñar buena parte de mi curso en pregrado para lograr hacer clases sincrónicas semana a semana.
-¿A nivel familiar usted cree que la cuarentena profundizó la brecha de la influencia cultural en los aprendizajes?-
– Hoy día se radicaliza la profunda inequidad que ya teníamos los chilenos y eso es preocupante y un retroceso profundo. Una de las cosas que más me angustia es el horizonte inmediato, un año fuera de la escuela en una trayectoria de un niño que siempre vive injusticias, puede ser mucho más profundo que para el resto de la población.
La familia está lidiando con el capital cultural que no es solamente cuánto sabes de algo, si no cuánto tiempo inviertes para adquirir nuevo conocimiento. Esa ecuación tiempo- capital cultural está beneficiando sólo a un grupito que se pregunta si sus hijos vuelven o no a la escuela en el mismo formato o si quieren unas horas en la casa. Pero para el grueso de la población la escuela es fundamental porque los hogares no cuentan con las condiciones físicas ni acumulación de capital cultural que le permita recrear las condiciones escolares.
-¿Cómo ve marzo del 2021?-
-Con mucha angustia de que los hijos no se contagien. Visualizo un 2021 muy complejo en esa relación, con harto ausentismo y como dicen muchas investigaciones incipientes, con las madres una vez más asumiendo el rol de este relato, algunas dejando de trabajar y otras tratando de buscar jornadas flexibles para tratar de hacer las dos cosas. Visualizo un 2021 ni siquiera de gradualidad, sino de emergencia sanitaria y con mucha dificultad. Creo que el 2022 en adelante, si es que la vacuna se masifica, vamos a tener un escenario relativamente normalizado.
Apoderados hipercríticos
-¿Usted cree que el retorno a clases supondrá una actitud más empática con los profesores porque las encuestas dicen que las familias los valoran mucho más después de la pandemia?-
-Los padres y madres de las clases medias profesionales siempre son muy alegones e hipercríticos del desempeño de los profesores y es probable que el actor padre-madre profundice su criticidad y que haya una demanda de más utilización de tecnología, que cuestionen la relación tiempo escolar y aprendizaje. Podría hipotetizar que habrá un cuerpo de padres que va a profundizar eso, que va a exigir modernización de la enseñanza, ahondamiento en habilidades socioemocionales que les permitan contener todas las patologías que tenemos acumuladas producto del encierro: obesidad, falta de interacción con otros, agobio y violencia. Pero, espero sinceramente, que también habrá madres y padres que revalorarán el rol de la escuela y sus profesores, sabrán apreciar mejor el trabajo docente y serán más empáticos con las exigencias hacia profesoras y profesores. ¡Espero!
“No sabemos qué está pasando dentro de las casas”
-¿Cómo recibe el mensaje del presidente de la ONU de llamar a las naciones a hacer todo lo posible por abrir los colegios?-
-Los datos que se arrojan a nivel internacional y nacional son dramáticos, a mayor pobreza menos aprendizaje y más exposición a una serie de vulneraciones y a violencia doméstica. Y ojo que no es sólo violencia en sectores de pobreza, sino también en los sectores altos. Por ello la escuela, aunque para algunos es una institución anticuada, casi como un hospital en ruinas, aunque funcione mal, la necesitamos, porque es el único espacio en que niños y niñas conviven casi todo el día sujetos a ciertos protocolos y reglas de convivencia. En el contexto de pandemia, niñas y niños están muy solos, hace tiempo que no juegan con sus pares, han perdido conexión con las plazas, con los parques, con el espacio público y están alimentándose muy mal. Una porción está expuesta a violencia sistemática o a una violencia esporádica, sin contar cómo procesan lo que estamos viviendo. Por eso la escuela es necesaria, desde lo más pedestre y vital hasta lo más intelectual y trascendente. Hoy los niños y niñas están invisibilizados por el Estado, no sabemos qué está pasando dentro de sus casas. Entre antes funcionen las instituciones que los acogen tanto mejor, sin duda. En ese sentido, aunque no exista vacuna, el 2021 debemos hacer esfuerzos y ensayar soluciones para abrir las escuelas. No será un año normal claramente, pero es preciso aprender de alguna manera a formarnos en la escuela en medio de una pandemia.
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