Paula Ugalde
Doctora en Antropología por la Universidad de Arizona. Académica del Departamento de Antropología UAH.
La arqueóloga Paula Ugalde, doctora en Antropología por la Universidad de Arizona y académica del Departamento de Antropología, perteneciente a la Facultad de Ciencias Sociales de la U. Alberto Hurtado, investiga la relación entre cazadores recolectores del Pleistoceno y el tamarugo, árbol nativo del Desierto de Atacama.
La académica del Departamento de Antropología UAH, Paula Ugalde, publicó un artículo en la destacada revista científica PNAS (Proceedings of National Academy of Sciences) que aborda la relación entre las comunidades de cazadores recolectores y la flora en la Pampa del Tamarugal, en el desierto de Atacama. El artículo corresponde a un capítulo de su tesis doctoral de Antropología con especialización en Geociencias, en la Universidad de Arizona, Estados Unidos, y es el resultado de dos años de investigación entre trabajo de campo y análisis en laboratorio.
—¿Desde qué premisa inicia su investigación?
Una de mis principales preguntas de estudio es cómo un grupo humano se asienta en un lugar, empieza a aprender el paisaje y a considerarlo su hogar; cómo se relaciona con las distintas especies de plantas, animales, con las rocas, con la tierra. Nosotros nos centramos —digo nosotros porque en la arqueología uno nunca trabaja solo—en el desierto de Atacama, que es particularmente interesante para responder esta pregunta porque es un ecosistema frágil por su aridez. Uno de los recursos naturales que es más crítico para el ser humano es el agua. Puesto que los cazadores recolectores son sociedades que no producen su propia comida, que no canalizan el agua, pero deciden asentarse en un lugar que es súper árido, es una pregunta muy interesante desde el punto de vista antropológico. ¿Por qué lo hacen? ¿Cómo se interrelacionan con ese ecosistema frágil?
—¿Cuál es el objeto de estudio?
Me enfoqué en cómo los sitios arqueológicos pueden revelar esas respuestas a través de los vestigios de tocones, que son la sección del tronco que queda a nivel de superficie luego de ser erosionado naturalmente o cortado. El registro de tocones de árboles tan antiguos no fosilizados, solamente se ha visto en el desierto de Atacama y en turberas, porque en otros lados no se preservan. Hasta ahora nuestro estudio es el único artículo que se ha publicado en torno a que los sitios arqueológicos tan antiguos que están relacionados cronológica y espacialmente a un bosque. Un registro de este tipo ni siquiera existe para el famoso Paleolítico de Europa.
Me especialicé en radio carbono, que es una de las técnicas que usamos en arqueología para datar cosas que ya están muertas, cosas orgánicas que dejaron de absorber carbono de la atmósfera o a través de comer plantas. Uno de mis objetivos como arqueóloga es refinar el uso de este tipo de técnicas para hacer cada vez más preciso los rangos de ocupación de esos primeros seres humanos que llegaron a distintos territorios de Chile y cómo se relacionaron con la naturaleza.
—¿Cuáles son los principales hallazgos?
Uno de los descubrimientos más relevantes es que este es el primer registro en el mundo, datado y mapeado de un sitio residencial de cazadores recolectores asociado a un pequeño bosque o arboleda. Nuestro grupo de investigación, liderado por Calogero Santoro (UTA) y Claudio Latorre (PUC) llevamos bastante tiempo estudiando la Pampa del Tamarugal. Los y las ecólogas ya se habían percatado de existían estos tocones de árboles y sabíamos que eran antiguos, pero ahora nos dimos cuenta que estaban relacionados a los sitios arqueológicos espacialmente, y también, con esta investigación descubrimos que los árboles y los seres humanos compartieron este lugar, y queríamos saber cómo se desarrolló ese compartir.
» Para entender estas relaciones, lo primero hice fue revisiones etnográficas de investigaciones que ya se habían hecho sobre la relación entre grupos de cazadores-recolectores de muchas partes del mundo y la naturaleza. Me di cuenta que los seres humanos no ocupan la naturaleza simplemente desde un punto de vista extractivo o de consumo, que es como generalmente lo entendemos en nuestras sociedades capitalistas y neoliberales.
» La etnografía me dice que, en realidad, los árboles para estas personas eran seres importantes, sociales, y que los seres humanos son parte de la naturaleza, que no están por sobre ella. Varias etnografías de cazadores recolectores que habitan desiertos indican que los seres humanos muchas veces no modificaban o cortaban los árboles, sino que los ocupaban como estructuras para asentarse debajo y protegerse del ambiente, como una casa. Inspirada en la etnografía que me mostraba que los árboles son seres vivos, y muchas veces para los cazadores-recolectores los árboles están habitados por los espíritus de sus parientes o dioses, quisimos saber qué tipo de cuidados o de relaciones se estaban forjando en el desierto de Atacama a este respecto. Descubrimos que ese cuidado estaba particularmente enfocado en una especie árbol, llamada tamarugo. En los sitios arqueológicos que investigamos no hay casi nada de uso económico del tamarugo. Por ejemplo, como leña y para hacer instrumentos utilizaron mayormente una especie llamada molle. El tamarugo lo dejaron para crear áreas de protección y de habitación.
» Especulamos que el cuidado hacia este árbol pudo haber sido porque el tamarugo es una especie capaz de absorber el nitrógeno que está en estado gaseoso en la atmósfera y fijarlo al suelo. El nitrógeno es la base de las proteínas y sirve como nutriente en los suelos para que crezcan las plantas, entonces debajo de esos árboles se generaban microambientes y crecían otras plantas, vale decir, los tamarugos creaban un oasis, que la gente en esa época cuidó para también habitarlo. También produce una vaina que es comestible para los animales, es decir, deben haber sido focos de atracción en un desierto árido.
—¿Qué nos pueden enseñar estos descubrimientos?
El desierto de Atacama es visto para los y las chilenas, en general, como un lugar vacío. Sin embargo, desde la Arqueología y la Antropología podemos decir que eso no es así, que tiene una historia muy larga y muy profunda. Que los seres humanos que han vivido ahí han logrado habitar ese paisaje exitosamente hasta que llegó el ser humano con una perspectiva más economicista, occidental, y lo empezamos a sobreexplotar. Por ejemplo, la minería extrae agua que está en la napa freática de la Pampa del Tamarugal, que viene de lluvias del altiplano, y esa napa se llenó por última vez de manera significativa en el Pleistoceno, hace 14.000 o 12.000 años. Esa agua se está usando de manera no sustentable, lo que está afectando a todo el ecosistema de la Pampa del Tamarugal, incluido el tamarugo, porque aunque estos árboles son resistentes, porque tienen unas raíces superprofundas que van hasta la napa, ellos no pueden seguir viviendo o dando frutos si la napa baja a más de 20 metros. Estamos matando ese ecosistema y hay que considerar que hay gente que vive en esta parte del desierto, intentando continuar con sus actividades ganaderas y agrícolas, pero se les hace cada vez más difícil. La arqueología nos muestra entonces un registro que a nivel científico, humano y ecológico es único. Debemos tener conciencia de que no podemos seguir destruyendo el desierto, contaminándolo, votando basura, ropa, invitando al rally.
» Es importante relevar entonces la relación que los cazadores recolectores tenían y tienen con la naturaleza, en la cual ellos y ellas entienden que hay especies que vale la pena cuidar, porque hay otra relación, otros beneficios que no son económicos pero son igual de importantes.
» Hace poco salió un estudio que decía que, en Santiago, las comunas que tienen más árboles, que son usualmente las comunas de Providencia para arriba, tienen una diferencia de 7° C con las comunas donde no está vegetado, y esa baja de temperatura generalmente está dada por la presencia de árboles. Los árboles hacen la diferencia en la temperatura y también en la cantidad de CO2 que está en la atmósfera. Entonces, nuestro estudio a una escala más profunda tiene implicancias políticas también: podemos empezar a pensar en cómo la vegetación nos ayuda a sobrevivir, más allá de explotarla por la madera o sus frutos. Y que a su vez, la vegetación no vive si el agua se acaba y si los suelos están contaminados.
—¿Cuál es el tema de tu próxima investigación?
Sigo en la línea de cómo los seres humanos se relacionan con su ambiente y con la naturaleza. Este último año he estado participando como investigadora adjunta en el Núcleo Milenio AFOREST, dirigido por Virginia McRostie (PUC) y Francisca Díaz (PUCV). Con este proyecto estamos enfocadas intensamente en estudiar y relevar los ecosistemas áridos, especialmente los bosques del norte de Chile, así como también los seres humanos y comunidades que los habitan. En el futuro próximo quiero también investigar sobre las adaptaciones de los cazadores-recolectores a las condiciones de altura, de bajo oxígeno y también de mucho frío en la época del Pleistoceno, hace unos 12.000 a 10.000 años. Por entonces los glaciares se extendían en las partes altas de los Andes y es interesante conocer sus estrategias de sobrevivencia, cómo confeccionaban su ropa, qué maderas y plantas utilizaban para hacer fuego, entre otras interrogantes.
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Paula Ugalde, académica del Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, U. Alberto Hurtado.
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