Germán Díaz Urrutia
Académico Magíster en Prevención, Seguridad Urbana y Política Criminal
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Violencia y paz. Dos conceptos cruzan la trayectoria de Germán Díaz Urrutia, coordinador del Centro de Seguridad Urbana de la Universidad Alberto Hurtado y autor del libro “Espiritualidad y Transformación Social: ideas para un cambio civilizatorio”. ¿Cómo hizo para unir ambos mundos? ¿Qué puentes activó para lograrlo? Aquí describe el camino que recorrió para elaborar una propuesta que ilumina la vida cuando el ser humano se ve vulnerado por crisis tan profundas como la de una pandemia.
Cómo se confía en el otro cuando en una pandemia muchos no cumplen medidas básicas como el uso de mascarillas, lavarse las manos o encerrarse sin más ansiedades que vivir el día. Se puede seguir viviendo así, evidenciando que frente al nulo esfuerzo colectivo, el esfuerzo individual tampoco sirve porque el virus sigue matando a millones de personas.
Desde ese estado donde el ser humano gira en un agujero negro que gravita con movimientos siempre iguales, el libro “Transformación social y espiritualidad” de Germán Díaz Urrutia publicado por la Editorial Cuarto Propio, surge desde una convicción tremendamente generosa. Para él, frente al horror; la maravilla de la vida es posible. “Debemos transitar hacia una política de la esperanza, y mi libro busca poner un granito de arena en ese esfuerzo”, sostiene.
Germán Díaz Urrutia es sociólogo de la Universidad Alberto Hurtado, Master en Psicología con mención en Psicología Social de la Universidad Diego Portales y coordinador del Centro de Seguridad Urbana de la UAH dependiente de la Facultad de Derecho. Un centro que se ha consolidado como un actor clave en la formación, análisis y diseño de estrategias y políticas de seguridad ciudadana a nivel nacional con énfasis en el nivel local.
Este trabajo lo vinculó con quienes no respetan el contrato social y terminan cometiendo delitos y pagando penas y también sufriendo en las cárceles chilenas. Desde ese análisis académico y humano llegó a escribir de espiritualidad. Pero no fue fácil.
Según cuenta, fueron años, más o menos seis, de estudiar a cientos de autores y proponer una tesis sobre transformación social, que prontamente se chocó con la academia. Como si fuera una ironía, le decían que el concepto de la espiritualidad en el espacio universitario no se consideraba legítimo entre disciplinas que se “sobrevaloran con la evidencia y el método cartesiano”, dice.
Le costó que lo escucharan. Recuerda que presentó el tema como tesis de su maestría en psicología social, pero por supuesto esa mirada escapaba a las posibilidades de un magister. En su seminario de grado lo intentó de nuevo, pero se encontró con una resistencia explícita por parte de la profesora titular del curso. En pocas palabras, hablar de espiritualidad en el marco del saber disciplinar de la psicología social crítica no tenía sentido. Pero insistió. Se propuso un doble desafío: encontrar una nueva profesora lo suficiente abierta de mente que guiara una tesis de esa naturaleza y una experiencia práctica y consistente que fuera lo suficientemente interesante para tomarla como referencia. Finalmente aparecieron ambas cosas, la profesora Alejandra González, Magíster en Trabajo Social y candidata a doctora de la Universidad de Chile asumió generosamente ser su guía y en Argentina encontró un proyecto que trabajaba hace años en cárceles de alta seguridad a través del yoga y la meditación.
“Viajé a Buenos Aires para conocer directamente la experiencia. Ahí tuve la fortuna de conocer a Ismael Mastrini que lleva el trabajo en cárceles de la Fundación El Arte de Vivir, denominado programa “Prisión SMART”. Como parte de la investigación de campo asistí a dos cursos de meditación de cinco días cada uno en los penales de Mar del Plata y de San Martín, además de levantar una decena de entrevistas a internos, ex internos, gendarmes e instructores del curso”, recuerda.
Con todo ese material y una tesis de grado evaluada en su defensa con máxima distinción, nació el desafío de traducirlo a un libro que ampliara la discusión a otros ámbitos.
-En su libro propone una espiritualidad como un factor de transformación social: ¿Qué tenemos que entender de esa definición?-
-La espiritualidad es un tipo de saber que nos permite transformarnos como sujetos y transformar nuestras relaciones con los demás y con el mundo. La diferencia radica en que no tiene como órgano de predilección el intelecto, es decir, el conocimiento-sabiduría que emana de la práctica espiritual es de otro orden, de otro registro.
Ahora la pregunta fundamental es si podemos utilizar ese conocimiento y las prácticas, técnicas y experiencias que de él emanan para contribuir a resolver problemas tan propios de las ciencias sociales como la desigualdad, la violencia, la inseguridad, la marginación, etc. Creo que ese es el punto de partida, si aceptamos un sí como respuesta tenemos que hacer un profundo y riguroso esfuerzo por acercar estas dos formas de conocimiento.
-¿Cómo es el paso de estudiar la violencia y luego a hablar de realización humana?-
-En mi caso en particular, que me he dedicado al estudio de las políticas de seguridad urbana y las estrategias de prevención de la violencia y el delito, la conexión no parece a primera vista tan evidente. Sin embargo, si se analiza profundamente el concepto de violencia, nos damos cuenta de que esta nace en muchos casos del miedo al otro o al rechazo, o de traumas individuales y colectivos que no han sido sanados. De ahí que más que reprimir la violencia con mecanismos de control, sanción y castigo con los que les hemos otorgado al Estado, sería necesario empezar a invertir en procesos de sanación y reconstrucción de aquellos itinerarios vitales y colectivos dañados seriamente por la violencia.
En los procesos de desistimiento delictual (motivos por lo que una persona infractora deja de cometer delitos), por ejemplo, varios autores han dado importancia a la capacidad de los sujetos de construir nuevas narrativas de su propia vida, en otras palabras, asumir un proceso de “reconversión” que implica perdonarse, aceptar las consecuencia de tus propios actos y ser capaz de proponerte un nuevo itinerario vital, lo que es para mí justamente el propósito de toda práctica espiritual.
-En Chile enfrentamos una transformación en la gobernanza derivado de un proceso de crisis social y económica sumado a una pandemia. En este escenario: ¿Cómo se da cabida a la transformación personal? –
-La crisis político institucional que vive Chile, no solo responde a problemas locales, sino que hace parte de los desafíos que están atravesando diversas democracias occidentales que no han sido capaces de asegurar procesos de desarrollo y realización humana para la mayoría de sus habitantes.
Se trata de una crisis civilizatoria (económica, político, social, cultural), es decir, de una crisis generalizada, que está conduciendo al mundo al despeñadero, y que nos hace cada vez más vulnerables a las consecuencias de un progreso económico-técnico-científico desregulado que pareciera no tener frenos y que nos sitúa en un relación de competitividad y supervivencia.
La pandemia del Covid19 sólo ha venido a agudizar estos síntomas, y es evidente que una respuesta técnico-científica centrada exclusivamente en la producción de vacunas solo apaliará el problema, pero en ningún caso contribuirá a una solución global de nuestros problemas, por el contrario, se seguirán agudizando las desigualdades entre naciones, la competencia entre grupos sociales, los discursos de odio, la emergencia de gobiernos autoritarios o populistas.
Se hace urgente entonces la necesidad de un cambio, de un nuevo relato que nos transforme sustancialmente en nuestra relación para y con el mundo. La instalación de nuevos criterios para el pacto social y global que asuma nuestra triple condición ántropo-bio-cósmica, es decir, la necesidad de pensarnos como parte y no como centro de los procesos que permiten la producción y reproducción de la vida. Lo que algunos autores comienzan a llamar paradigma biocéntrico.
Dentro de este movimiento la transformación personal o “interior” si se quiere, es una condición sine qua non, porque este nuevo orden requiere un cambio en la consciencia humana, en decir, en nuestra capacidad de percibirnos y percibir las interrelaciones profundas que sujetan esa red compleja y sensible que llamamos vida. La posibilidad de ver lo uno y lo múltiple, de escuchar verdaderamente a los otros y al entorno.
-¿Qué diría es lo diferente sobre esta espiritualidad que propone?-
-El libro propone volver a mirar el concepto de espiritualidad, pero dentro del campo de un mundo secular o laico, es decir, separada del dominio de lo religioso. En este sentido presento la espiritualidad como un camino de tránsito interior, personal e intransferible, propio de nuestra condición humana (inmanente), que nos permite experimentar nuestra existencia más allá de nuestro propio yo como parte de un todo (trascendente). Comienzo de la base que la espiritualidad nace siempre de la relación de uno mismo con la verdad y la plenitud, por tanto, solo podemos transitar el camino espiritual en libertad y autodeterminación. Para hacer este esfuerzo me apoyo en la metáfora del sendero, que no es un sendero lineal, material o asociado a la idea de méritos, sino más bien es un sendero de regreso, de regreso hacia uno mismo, como bien lo han comprendido todas las grandes tradiciones espirituales y místicas de oriente y occidente. Finalmente me sumo al esfuerzo de autores como García Roca y Marià Corbi que han acuñado con fuerza el concepto de “espiritualidad laica” entendida como “Una espiritualidad ecuménica, abierta a todos los seres humanos; transreligiosa, para un mundo laico y secular, cotidiana en los espacios de la inmediatez y en las vibraciones de la carne, y ecológica, con voluntad de integralidad (García Roca, 2011:14).
-¿Con qué elementos se debe reencontrar el ser humano para generar un cambio radical en su existencia?-
-El budismo, una de las espiritualidades de referencia en el libro, diría que realmente no hay nada que encontrar o cambiar, dado que la espiritualidad se aleja a toda pretensión de deseo o dominio. Y más bien nos enseña a observar la realidad tal como esta se manifiesta, sin la contaminación afectiva del ego, que siempre sufre o se apega a lo “que nos pasa”. En este sentido si abrazamos una espiritualidad para experimentar un “gran cambio” posiblemente nos atrapemos en las formas, en las experiencias de bienestar (asociadas a la práctica espiritual) o en las ideas morales de bueno-malo, y no el tema de fondo, que es la erradicación de todo dualismo (sujeto-objeto por ejemplo), propio de buena parte del pensamiento occidental, su modo de acercamiento a la realidad y al conocimiento, lo que nos conduce a la imposibilidad de abrazar el misterio de la vida y por ende a la permanente insatisfacción o sufrimiento.
Dicho esto, si aprendemos a observar y aceptar nuestra realidad sin apego, sin deseo, sin rabia, se irá abriendo progresivamente nuestro campo de posibilidad y de acción para y con el mundo. Y realmente podremos contribuir en la construcción de un cambio sustantivo de nuestra propia existencia y la de los demás seres vivos.
-¿Qué autores acompañan este camino a la realización humana?-
-Uno de los grandes riesgos y desafíos del libro radica en hacer dialogar a autores de distintas tradiciones y matrices culturales, sin cometer errores excesivos de interpretación y pertinencia. Pero creo que es un esfuerzo interesante y que ya ha sido bien realizado por otros autores. Por ejemplo, en ese trabajo poco conocido de Aldous Huxley sobre la “Filosofía Perenne”. O sobre la espiritualidad oriental en especial la tradición budista con autores como el filósofo japonés Daisetsu Teitaro Suzuki, el filósofo británico Alan Watts, el filósofo, psicólogo y teológo Leloup Jean-Yves, el maestro budista zen occidental que trabajó como periodista en los tribunales de Nüremberg, Kapleau Philip, entre otros. Pero también hay referencias a la vertiente hindú por medio del estudio sobre el budismo de Tola y Dragonetti, y autores clásicos como B.K.S. Iyengar.
En cuanto a la espiritualidad cristiana, el primer autor de referencia es el dominico alemán Meister Eckhart, pero también hay alusión a la vida y obra de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Ávila, y otros vinculados a la teología de la liberación como Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff y el testimonio espiritual de Luis Espinal.
También hay una importante referencia al campo de la psicología, en especial de aquellas ramas que emergen en ruptura con el psicoanálisis, partiendo por el trabajo de Carl Gustav Jung, la relectura del psicoanálisis de Erich Fromm, la Logoterapia de Viktor Emil Frankl, la Gestalt de Fritz Perls y los aportes más recientes de la psicología transpersonal con Stanislav Grof.
Finalmente me resultó crucial el trabajo de teólogos y pensadores de la condición humana como Joaquín García Roca, Marià Corbi, Salvador Pániker como así también la obra de autores singulares como Jiddu Krishnamurti, Edgard Morin y el mismo Aldous Huxley. Y por supuesto la referencia a nuestra vertiente filosófica donde tomo algunas referencias de Friedrich Nietzsche y en especial del trabajo de los últimos años de vida de Michel Foucault del cual soy un lector asiduo.
-La espiritualidad religiosa ha dejado fuera a la mujer. ¿Qué rol tiene el feminismo en esta propuesta transformadora?-
-El libro parte con una nota que hace referencia a los feminismos y a la dificultad que supone trabajar con muchos autores que no tuvieron perspectiva de género. Y ahí se hace evidente el fuerte androcentrismo y en algunos casos misoginia presente en muchos autores, sociedades y religiones. En este sentido los feminismos han jugado un rol central en fomentar un pensamiento crítico que nos permita develar estas situaciones y proponer un itinerario de transformación, que se complementa cabalmente con lo planteado en el libro. En el sentido que esta idea de espiritualidad laica está asociada a una ética del cuidado, que me parece que está muy presente en algunas comprensiones del feminismo.
De igual manera la idea de una ecología profunda o de una sociedad no violenta emergen de la posibilidad de reconciliar y comprender profundamente la equidad de género. No es casualidad que el último libro de Judith Butler sea sobre la fuerza de la No-Violencia.
Creo que hay muchas relaciones posibles que tienen que ser exploradas. No creo que el feminismo se debiera limitar solo al análisis crítico de la producción de los cuerpos y los mecanismos de control y dominio, sino también avanzar hacia situarse en el campo de los saberes que contribuyen a la plena realización humana.
-¿Cómo se inicia una conversación sobre espiritualidad durante una pandemia?-
-La pandemia ha evidenciado nuestra fragilidad humana y en muchos sentidos, la pobreza de nuestras relaciones con los demás y nosotros mismos. Ahora que se ha restringido la posibilidad del hacer y en algunos casos del tener, se vuelve evidente la necesidad de volver sobre las dimensiones del “ser” y el “estar”, que son dos dimensiones del desarrollo humano profundamente olvidadas. La espiritualidad es una herramienta privilegiada para esto y no sabemos cuanta falta nos hace hasta que lo descubrimos. Abraham Maslow se equivocó a mi juicio en su “pirámide de las necesidades humanas”, aún con hambre, con pobreza o privado de muchas de nuestras necesidades materiales hay personas que cultivan una profunda hondura espiritual y sabiduría, no como mecanismo de evitación sino por el contrario como mecanismo de impulso vital y dominio de su propia existencia. La autorrealización no está primero ni después de las demás necesidades, se puede trabajar al mismo tiempo, y la pandemia es una oportunidad para esto.
-¿Eres de los pesimistas que piensa que cuando superemos la pandemia las cosas seguirán igual o crees que ésta crisis nos va a remecer?-
-Si lo analizamos en términos académicos no hay muchos indicios de que la pandemia nos esté conduciendo a un mejor escenario, de hecho, en términos sociales la pandemia nos está conduciendo, en términos globales, a niveles de retroceso material de hace 20 o 30 años atrás, con un aumento explosivo de la pobreza, la desigualdad, la violencia, la morbilidad y tantos otros flagelos. Además, hay que estar muy conscientes que el miedo es el peor motor para la movilización y el cambio y por tanto la mejor arma para el control y dominio, y la pandemia abona las condiciones para esa situación de “shock social” que brillantemente ha descrito Naomi Kleim.
Pero todo tiene su contrapeso, y la crisis trae consigo la posibilidad de soñar nuevos horizontes, y de articular nuevas estrategias de resistencia. Como dijo bellamente Eduardo Galeano “Uno ama al mundo a partir de la certeza que este mundo, triste mundo convertido en un campo de concentración, contiene otro mundo posible. O sea, el horror está embarazado de maravilla” y respondiendo de lleno a la pregunta soy de los realistas que estamos llamados a hacer lo imposible, debemos transitar hacia una política de la esperanza, y el mi libro busco poner un granito de arena en ese esfuerzo.
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