Doctora en Historia por la Freie Universität-Berlin. Directora de Licenciatura en Historia y académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades.
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La doctora en Historia por la Freie Universität-Berlin y directora de la Licenciatura en Historia de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la U. Alberto Hurtado, Ana Ledezma, se adentra en los impresos del siglo XIX para rastrear cómo se produjo la conformación de la identidad chilena post Guerra del Pacífico.
La palabra impresa fue, a finales del siglo XIX y principios del XX, un instrumento de construcción social. El Estado y la Iglesia delineaban el camino a seguir, pero de entre sus grietas emergían discursos circulantes en los impresos de ocasión. Entre ellos, estaban los que contenían canciones, obras de teatro y novelas por entrega: contenidos que nutrían el imaginario popular.
Para comprender de mejor manera el presente, Ana Ledezma, académica e investigadora del Departamento de Historia de la U. Alberto Hurtado y directora de la carrera de Licenciatura en Historia, rastrea estos contenidos en su Fondecyt de Iniciación para precisar cómo moldearon la identidad chilena.
—¿Qué eran los impresos de ocasión?
Son impresos pensados en una vida efímera, tanto por su materialidad, como por su periodicidad. Eran unos cuadernillos de hojas de roneo, muy accesibles, que costaban entre 5 y 40 centavos, y que se vendían en los mercados, plazas y en las paradas de los tranvías, espacios de circulación cotidiana, muy lejos de “la ciudad letrada” de los clubes de lectura.
La doctora en Historia siente curiosidad por investigar esta época donde circulaban más impresos que hoy en día, pese a la amplia diferencia entre los índices de alfabetización de la población. “Según el profesor Bernardo Subercaseux –parafrasea la investigadora– en la capital, con 256.403 personas, circulaban 52.800 periódicos al día, y en Valparaíso, que tenía 122.447 habitantes, circulan 21.100, teniendo solo entre un 30 o 40% de la población alfabeta”.
—¿Cómo se explica tanto para leer y tan poca gente leyendo?
Es que los sectores populares sí leyeron y leyeron mucho más de lo que nosotros imaginamos. ¿Cómo? Con la lectura en voz alta. Entonces una persona que sabía leer, leía para, por ejemplo, su familia. Imaginemos un grupo de mujeres, trabajando en la cocina, una prendiendo el fogón, otra pelando las papas y la otra, más pequeña, que no tenía la motricidad para colaborar y que estaba más cercana a los procesos de lectoescritura implementados por el Estado, leía.
Estos impresos alcanzaban su máxima difusión a través de la acendrada práctica de la lectura en voz alta, llegando a ser compartidos y discutidos en los hogares de los sectores populares. El surgimiento de poetas populares y la difusión de expresiones culturales propias en estos impresos marcan un momento crucial en la historia de Chile.
» Este fenómeno, lejos de ser trivial, actuaba como un agente de socialización y construcción de sentido, moldeando las percepciones y valores de la identidad nacional en capas sociales bajas, de norte a sur del país: “En una época en la que se construía bloque a bloque un nacionalismo desde arriba, que incluyó guerras y exterminios, se marginaban sectores étnicos, sociales y de género en esa idea de lo nacional. La población que no formó parte de esa construcción desde arriba continuó entretejiendo sus propios sentidos identitarios, los que por lo demás fueron aquellos que posteriormente recogen e incorporan estos discursos hegemónicos, aunque solo de manera simbólica”, revela la docente.
—¿Desde dónde surgen estos impresos?
Hubo cuatro espacios. El primero corresponde a las mismas empresas que publicaban periódicos, El Mercurio, por ejemplo, fue un prolífico imprentero de cancioneros populares, tanto el capitalino como el porteño. También existían las empresas de grandes capitales, como la Sudamericana o la Imprenta Barcelona. Un tercer grupo eran actores sociales de los sectores populares. Por ejemplo, poetas populares que imprimían sus propios versos, habían aprendido el oficio y se habían comprado una imprenta de segunda mano. En este grupo también incluyo a las familias o los grupos ligados a las corrientes ideológicas de la época, por ejemplo, la imprenta de Víctor León Caldera ligada al movimiento obrero. Finalmente, aquellas imprentas que sin ser una gran empresa ni contar con gran capital ni pertenecer a sectores populares ligados a la cultura reivindicativa, hacen un negocio del impreso.
—¿Por qué en estos textos estaría la génesis de un nacionalismo popular?
No es un nacionalismo popular, son nacionalismos populares. Las identidades son siempre polifónicas y rastrear el pensamiento operante que circulaba en una época es difícil, sobre todo teniendo presente los contextos de producción y lugares de enunciación de los documentos que investigamos para reconstruirlos. El que estos impresos provengan de distintos tipos de imprentas (comerciales, con compromiso social, con líneas ideológicas…) nos posibilita el ingreso a esa polifonía, a esa diversidad que va construyendo el nosotros en formación. En el espacio cultural circulan las diversas hebras que constituyen el entramado de sentido de lo nacional y si vemos que hay colores que podemos asociar a un sector o género, mientras encontramos que otros son transversales, vamos a poder identificar rasgos identitarios más incardinados en la población y analizar sus alcances.
La investigadora destaca la relevancia de indagar en estos impresos de forma “interseccional”, reconociendo que la construcción de nacionalismos populares estaba intrínsecamente ligada a categorías como género, clase social y etnia. Así, el estudio no solo se centra en la identidad nacional en términos territoriales, sino que explora cómo esta se entrelaza con diversas dimensiones de la vida social.
La investigación se encuentra iniciando su segundo año, explorando los entresijos de una época que sentó las bases para entender los nacionalismos populares que marcarían el devenir del país durante el siglo XX.
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