Alejandro Pelfini
Ediciones UAH
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Qué significó para las élites empresariales chilenas el estallido social, el proceso constituyente y cómo fundamentaron los escándalos de colusión que protagonizaron, son algunas de las preguntas que responde la investigación del libro ¿Son o se hacen?: Las élites empresariales chilenas ante el cuestionamiento ciudadano, de Ediciones UAH. Aquí habla el investigador y editor de esta publicación, Alejandro Pelfini.
por Carmen Sepúlveda
No fue fácil llegar a conversar con los patriarcas de la élite empresarial del país. Lo logró desde un puente que no falla: el espiritual. Fue un sacerdote jesuita el que le abrió las puertas de las casas y oficinas de los guardianes del modelo neoliberal chileno. Así lo relata Alejandro Pelfini, doctor en Sociología de la Albert-Ludwigs-Universität Freiburg de Alemania, argentino y académico de la Universidad del Salvador y de Flacso-Argentina, que presentó su libro ¿Son o se hacen?: Las élites empresariales chilenas ante el cuestionamiento ciudadano, de Ediciones UAH.
Este trabajo —que hizo junto a su colega Omar Aguilar, doctor en Sociología de la UAH, producto del Fondecyt regular 1141001 La transformación de las élites empresariales en una sociedad emergente. Distinción, tolerancia y transnacionalización de las élites empresariales chilenas y realizado entre 2014 y 2017— cubre un período histórico marcado por los escándalos de corrupción, colusión, financiamiento ilegal de la política, estallido social y proceso constituyente. “Fue un momento que puso en tela de juicio la supuesta superioridad y capacidad de liderazgo de los ‘guardianes del modelo’ porque la ciudadanía los apuntó como abusadores”, dice Pelfini.
Quisieron indagar en la definición de este grupo y cómo respondieron al cuestionamiento por su riqueza y probidad moral, no solamente en Santiago sino también en regiones. Para lograr un análisis robusto hicieron treinta entrevistas a sus representantes, a las que agregaron otras más recientes sobre las actitudes predominantes del empresariado respecto de la nueva Constitución. Fue un trabajo largo, de años, y que finalizó con el prólogo encargado al destacado periodista Daniel Matamala, quien utilizó la metáfora del espejo de la bruja de Blancanieves para retratar a una élite con exceso de vanidad e incapacidad de aceptar la realidad y la verdad de las cosas.
Matamala se pregunta: ¿Qué respuesta ha recibido históricamente la élite empresarial chilena cuando pregunta a su espejo? ¿Cómo ha cambiado esa respuesta en los últimos años? ¿Cuál ha sido la reacción ante los cambios de la realidad económica, política y social del país? La investigación responde a todas estas interrogantes y también a la del título “¿Son o se hacen?”.
Para Pelfini, la élite nacional heredó una serie de capitales y un habitus que le permite concebirse, ejercer y ser percibida como grupo privilegiado. La pregunta “son o se hacen” tiene que ver con sus orígenes, su continuidad en el tiempo, la relación con la clase alta, su capacidad de renovación y de vincularse al Estado y a la clase política. Esto último, en nuestro país, lo lograron a partir de la segunda fase de la dictadura. “Lo primero que quisimos hacer fue definirlos, porque es difícil y polémico”, señala.
—¿Por qué es tan complejo?
—Porque en Chile, cuando se habla de élite, se dicen cosas como viven en el barrio alto, pero esa categoría no significa nada; otros la definen como el 1% más rico, pero eso habla muy poco de su capacidad de organización; otros dicen que son los dueños de las empresas más grandes de Chile o quienes encabezan los rankings internacionales como Forbes. A mí me parece que esos criterios no son satisfactorios; no muestran la capacidad organizativa y de agencia que sí tienen los grandes empresarios que actúan políticamente. Una cosa son los empresarios, otra el empresariado, y otras sus vanguardias y sus personajes clave.
—¿Cómo pudo acceder a ellos?
—Le tengo que agradecer mucho a la Universidad Alberto Hurtado porque nosotros empezamos con los contactos clave que nos llevaron a las fuentes más cercanas, pero en un momento nos dimos cuenta de que no llegábamos al corazón del grupo. Enviamos e-mails y cartas y no tuvimos respuesta, y fue ahí cuando le escribí al padre Fernando Montes, que había dejado de ser rector y sabía que estábamos haciendo esta investigación. Él nos apoyó: gracias a su gestión fuimos recibidos en sus casas, oficinas y pudimos tener muy buenas conversaciones con todos ellos.
—Uno de los hallazgos es que la élite chilena es muy homogénea, concentrada y con una capacidad de actuar como grupo que es superior a lo que pasa en otros países. ¿Por qué?
—La homogeneidad tiene que ver con su origen y la élite chilena tiene una escasa capacidad reflexiva, de autocrítica y de autobservación. En general, son ingenieros comerciales e ingenieros industriales que se forman en los mismos colegios y universidades. Me parece que hay un tema más ideológico, un universo simbólico muy automatizado, repetitivo y autocomplaciente que hace que el grupo se sienta muy orgulloso de sí mismo y de ser los “guardianes” de los chilenos.
—¿Cómo eso?
—Hay una idea de superioridad moral que se entiende cuando dicen “nosotros somos los que tenemos un talento especial, la responsabilidad de hacer las cosas bien y eso es un servicio al país”. La superioridad cognitiva aparece cuando plantean “sabemos lo que hay que hacer y tenemos el know how para hacerlo”.
—¿Cómo les llegan nuevas temáticas, como la agenda de género?
—Frente al tema de género o a las brechas con las pymes pueden dar pequeñas señales de cambio, pero son cosméticas porque cuando se sienten amenazados por un proceso en serio, como es una reforma tributaria, vuelve a imperar esa idea de consolidación de las posiciones y de la deslegitimación de otras posturas.
—¿Están preparados para una democratización efectiva?
—Pueden aceptar a la democracia como un régimen político, pero entender al otro como un interlocutor válido, no. Comunicacionalmente no aceptan otra visión y eso se vio muy claro en las entrevistas.
—Y qué pasa con los hijos, ¿tienen una mirada más renovadora?
—Sí, claro. Después del estallido tuvieron expresiones en esa línea, pero no llegaron a establecerse como posturas mayoritarias, porque cuando toman decisiones clave repiten lo de siempre. Habría que ver qué pasa en diez años más con la incorporación de las mujeres en las empresas, pero nada garantiza que por ser mujer la élite va a cambiar su manera de ver el mundo. Puede haber cierto tono un poco más sensible, pero no soy tan optimista de creer que cierta cuota de diversidad cambiará el núcleo. Frente al estallido, por ejemplo, dijeron “aquí pasó algo que no funcionó, que tenemos que revisar”, y eso les duró unos meses. Cuando analizaron que, en el contexto de generar un cambio perderían privilegios, dijeron “hasta aquí no más llegamos” y se pusieron a la defensiva.
—¿O sea, no ceden?
—Uno podría pensar que aprovecharían de mejor manera las crisis y que cedieran en algunas cosas. Pero no: quieren seguir liderando de la misma manera y esperan que revueltas como el estallido pasen y que el país continúe funcionando a su favor.
—¿Qué es lo bueno de la élite chilena?
—Es interesante cómo se constituyen con una identidad tan fuerte, eso es admirable y llama la atención porque son capaces de mantener un proyecto consistente, con escasa fragmentación interna, sin grandes conflictos productivos ni políticos, si se compara con élites de otros países que son más complejas. Eso lo lograron durante la dictadura y tiene la virtud de hacer consistente el modelo que quieren, decidir qué política económica necesitan. Hay algo ahí ante lo que uno, como investigador, se saca el sombrero.
—¿Qué autocrítica hay tras los grandes escándalos de colusión donde se les apuntó como abusadores?
—Dicen “son unos pocos y no hay que enjuiciar a todo el empresariado, que es respetuoso, honesto y responsable”. Se comparan con el resto de la región y dicen cosas como “no somos corruptos como el empresariado argentino o peruano, acá respetamos la ley”.
—En términos religiosos, ¿les funciona la culpa?
—Culpa colectiva, jamás. Ellos están convencidos de que son un aporte al país, que dan trabajo, que generan riqueza y que mejoraron el bienestar del país.
—¿Por qué es necesario que los chilenos leamos este libro y sepamos cómo piensa la élite?
—En términos políticos es necesario porque el empresariado es un actor con poder y capacidad de veto a cualquier proceso de reforma. Hay que entender que, frente a cualquier conmoción social, hay que dialogar con ellos; si se quiere cambiar el modelo, hay que hacer algo con ellos. Por eso hay que conocerlos, diagnosticar sus ventajas y sus desventajas, identificar sus logros, sus talentos y sus déficits. Y también reconocer su astucia y capacidad de contraataque, y estar prevenidos frente a eso.
—Por lo menos no se ocultan…
—Aparecen mucho en la prensa, sabemos sabe quiénes son, están en la esfera pública y algunos tienen Twitter. Si comparamos esta forma de ser con la élite argentina, la chilena es muy identificable porque en mi país es muy complejo saber dónde están y además nadie se define a sí mismo como un grupo dirigente. Acá, en cambio, se muestran como líderes del empresariado con poder ilimitado.
—Es bien pesimista lo que arroja este estudio: frente a la cantidad de hitos que han sacudido al país no tienen un esquema diferente.
—Lamentablemente, no. Y tomando en serio su discursividad moral, en algún momento, pensé que podría haber un mayor aprendizaje y una autocrítica. De verdad lo esperaba, pero quizás fuimos algo ingenuos en eso. La pregunta era qué capacidad tienen de aprovechar estos procesos para renovar liderazgos y la respuesta fue: no hay capacidad, hay escasa reflexividad y lo que esperan es que el país siga igual.
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