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Abel Wajnerman, experto en neuroética UAH: “Chile es el laboratorio mundial de los neuroderechos”

Las consecuencias las desconocemos, pero lo cierto es que una serie de tecnologías conectadas a nuestros cerebros entregan datos sin nuestro consentimiento a Estados y corporaciones.

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Abel Wajnerman

Académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades

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Las consecuencias las desconocemos, pero lo cierto es que una serie de tecnologías conectadas a nuestros cerebros entregan datos sin nuestro consentimiento a Estados y corporaciones. Frente a esta amenaza, la alarma se prendió y en Chile un grupo multidisciplinario presentó un proyecto de ley en defensa de los llamados neuroderechos. ¿Qué son y por qué es importante legislar? Aquí lo explica Abel Wajnerman, Doctor en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires y nuevo académico de la UAH.

Esta historia puede ser un capítulo de Black Mirror, la serie futurista de Netflix, donde el protagonista es intervenido por un grupo de científicos que se apropian de sus conexiones neuronales. La historia no termina ahí, la persona nunca se entera que ese científico trabaja para el Estado y queda indefenso porque no sabe lo que harán con sus datos y nadie logra rescatarlo. Esta realidad no está tan lejana en el siglo XXI, así lo aclara el Doctor en Filosofía de la UAH, Abel Wajnerman, experto en neuroética, que trabaja por la defensa y dignidad de los derechos de los cerebros humanos.

Para Wajnerman, en la actualidad se modifica, altera o interviene el cerebro con intereses no sólo clínicos, sino también comerciales, educacionales o laborales.  “El registro de nuestra actividad cerebral puede usarse para construir perfiles de consumo o perfiles políticos, culturales o socioeconómicos y toda esa información podría ser puesta, sin nuestro consentimiento, al servicio de corporaciones o gobiernos. Frente a esta realidad, los investigadores se adelantan a un descalabro tal donde el ser humano pueda quedar totalmente expuesto e indefenso a la intervención cerebral. En consecuencia, desde la filosofía toma relevancia la rama de la neuroética que, en este afán de reconocer los derechos cerebrales, también conocidos como neuroderechos, conversa con expertos en legislación, con psicólogos, científicos y agentes del Estado.

La neuroética: la nueva rama filosófica 

Según el académico, la historia de la neuroética ocurre recién a comienzos del siglo XXI y como respuesta a la década de los ’90 conocida como la ‘década del cerebro’, donde hubo una especie de bing bang en el desarrollo metodológico, teórico y tecnológico de las neurociencias. “Este boom transformó la manera de cómo entendemos la mente y el comportamiento humano. Uno de los hitos más importantes fue el surgimiento de la neurociencia cognitiva como resultado de la unificación de la psicología cognitiva con la neurociencia y cambió la manera en la que la filosofía misma entiende a la mente. En ese contexto, hubo dos ramas que tomaron fuerza: la filosofía de la neurociencia y la neuroética. Mi trabajo actual es intentar trazar un puente entre ambas”, sostiene.

– ¿Por qué un filósofo habla de neurociencias y de derechos si no es médico ni abogado? –
– La neuroética puede entenderse como una ética aplicada, lo que se conoce como una ‘ética de la neurociencia’. En este caso, el trabajo consistiría en tratar de emplear algún marco o teoría ética filosófica para decidir, por ejemplo, si continuar dándole soporte vital a un paciente en estado mínimo de consciencia. Pero en otro sentido, la neuroética va más allá de la ética aplicada. De acuerdo a lo planteado por la neurocientífica Adina Roskies del Instituto Tecnológico de Massachusetts, involucra una ‘neurociencia de la ética’, esto quiere decir que la filosofía puede analizar los conceptos que las teorías neurocientíficas mismas emplean para profundizar nuestro entendimiento de conceptos filosóficos claves vinculados a la ética, como los de conciencia, autonomía, agencia, identidad y responsabilidad. Así, la neurociencia (por ejemplo, estudios sobre el control motor o sobre los mecanismos neuronales de toma de decisiones) podría ayudar a entender o profundizar el concepto filosófico de agencia o el de autonomía, esta sería la neurociencia de la ética. En un segundo momento, el neuroeticista va a aplicar ese concepto científicamente clarificado a un caso particular para determinar si cierta intervención clínica o neurotecnológica implicó una violación de la agencia o la autonomía del paciente y esta sería la ética de la neurociencia.

– ¿De qué derechos estamos hablando cuando se instala el debate constitucional de la defensa de los neuro derechos? – 
– Como es un marco nuevo no hay un consenso universal respecto de cuántos son y cuáles son, la propuesta de los cinco neuroderechos entiendo que surge de la Neurorights Initiative de la Universidad de Columbia, dirigida por el neurocientífico Rafael Yuste, que es uno de los pioneros en materia de neuroderechos y el patrocinador de la propuesta chilena. Estos derechos incluyen la privacidad mental, la identidad personal, el libre albedrío, el acceso equitativo y la no discriminación en el acceso a las neurotecnologías.

– ¿Cuál es la preocupación central que hace necesaria una ley para proteger los derechos neuronales? –
– La preocupación central que fundamenta la necesidad de estos derechos es que las neurotecnologías van a dejar de ser sólo un parte de la práctica clínica o de investigación científica para pasar a ser un elemento omnipresente en nuestra sociedad, igual que las computadoras o los celulares, integrándose a contextos de entretenimiento, educativos y laborales. Esto va a ser posible por medio del desarrollo (que ya existe, pero a pequeña escala) de lo que se llama ‘pervasive neurotechnology’, que son neurotecnologías no invasivas, escalables y potencialmente ubicuas orientadas a usuarios sanos y con diversos fines no clínicos.

-Deme un ejemplo-
-En China a los alumnos se les hace usar dispositivos no invasivos que registran sus ondas cerebrales mientras realizan una tarea en clase. El dispositivo emite una señal de colores que indica el grado de atención, esa información (o un análisis estadístico de la misma) se pone a disponibilidad de los profesores, los padres, los organismos educacionales y los gobiernos para calibrar, por ejemplo, la duración de las clases.  Otro caso en el contexto de trabajo es el monitoreo del grado de fatiga mental de operarios de maquinarias pesadas. Una alarma que indica un grado alto de fatiga o cambios en la duración de los turnos en función de dinámica mental del trabajador puede tener un impacto positivo en evitar accidentes. El problema es que este tipo de recolección de datos neuronales podría implicar riesgos vinculados a la privacidad mental, esto es, el control que tenemos sobre quién y hasta qué punto pueden acceder a nuestros estados y procesos mentales.

– ¿Y qué sucede cuando se viola la privacidad mental? –
-Uno de los peligros que implica la violación de la privacidad mental por medio de neurotecnologías es la aparición de nuevas formas de discriminación y estigmatización. La información sobre la performance cognitiva de un individuo -por ejemplo, cuánto tiempo podemos sostener la atención- se puede emplear para construir perfiles que pueden emplearse como base de formas de discriminación que podrían impactar sobre, por ejemplo, el acceso a trabajos, créditos bancarios, seguros de salud e impactan sobre la calidad de vida y bienestar de las personas. Sabiendo que los enfermos psiquiátricos ya son objeto de diversas formas de estigmatización, este tipo de ‘profiling’ neuronal de sujetos sanos plausiblemente extienda este fenómeno a la población en general.

-Un caso interesante en este sentido es un estudio que afirma haber encontrado un marcador neuronal del comportamiento criminal persistente o del alto riesgo de reincidencia criminal.  Aharoni y otros (2013) mostraron que aquellos ex convictos que muestran una baja actividad en una región del cerebro asociada con la toma de decisiones y la acción (la Corteza Cingulada Anterior, ACC) tienen una mayor probabilidad de volver a cometer delitos dentro de los cuatro años siguientes a su liberación. Es decir, los escáneres cerebrales pueden ayudar teóricamente a determinar si ciertos convictos tienen un mayor riesgo de reincidencia tras ser liberados. Imagina la situación en la que encontramos que alguien todavía no cometió un delito tiene al mismo tiempo un perfil neuronal. Es algo que podría acercarnos peligrosamente a posibilidades como la planteada por el libro y película ‘Minority Report’.

-En este sentido: ¿Qué prácticas actuales impactan en la autonomía e identidad de las personas? –  
-Las cuestiones mencionadas vinculadas a la privacidad mental dependen principalmente de tecnologías dedicadas exclusivamente a decodificar o ‘leer’ el cerebro. Pero hay otra serie de amenazas potenciales que se vinculan a tecnologías en las que hay una interacción más activa entre cerebro y máquina. Estas son o bien las interfaces cerebro-computadora (o BCIs, por las siglas en inglés) que permiten a usuarios controlar dispositivos como brazos robóticos, sillas de ruedas o incluso celulares y computadoras por medio de la actividad cerebral, o bien dispositivos de estimulación cerebral que modulan la actividad por medio de impulsos eléctricos o magnéticos para una variedad de fines terapéuticos o de mejoramiento cognitivo. Se cree que varias de estas tecnologías tienen el potencial de impactar en la autonomía, la agencia, la integridad y la identidad de una persona.

-En relación a la autonomía y la agencia, un caso interesante son las BCIs que implementan lo que se llama control compartido (‘shared-control’). En estos casos, los comandos mentales que un usuario le envía a una silla de ruedas o brazo robótico, por ejemplo, son evaluados por un algoritmo del dispositivo y pueden ser corregidos o directamente rechazados si el dispositivo ‘cree’ que no son razonables o eficientes (por ejemplo, el comando de mover la silla hacia una locación donde hay un pozo). Se supone que este tipo de control puede hacer el uso de BCIs mucho más seguro, pero al mismo tiempo el sujeto pierde gran parte de su control sobre sus propias acciones, que es algo necesario para la agencia.

-En cuanto a la identidad, hay muchos ejemplos, uno bastante discutido es el de ciertos efectos secundarios que pueden tener los dispositivos de estimulación cerebral profunda -dispositivos invasivos que envían impulsos eléctricos a puntos específicos del cerebro para tratar diferentes enfermedades neurológicas o psiquiátricas-, donde algunos pacientes reportaron ‘no sentirse ellos mismos’ después del tratamiento. Otro caso interesante se da cuando estos cambios de personalidad no son efectos colaterales, sino que pueden generarse intencionalmente. En un estudio relativamente reciente, Holbrook y otros (2016) utilizaron estimulación magnética transcraneal para modular las regiones del cerebro responsables de los prejuicios sociales y las creencias políticas y religiosas. Uno de sus resultados muestra que, al apagar temporalmente la corteza frontal medial posterior a través de la estimulación, se hace a los participantes más favorables a críticas a su país que los participantes cuyos cerebros no fueron modulados.

El proyecto pionero de la UAH 

– ¿Y cuál es el papel de la filosofía en esta nueva realidad? –
-La filosofía tradicionalmente llega tarde a los problemas, pero por un buen motivo, pues se supone que propone una reflexión madura sobre los hechos que sólo es posible con cierta distancia que la contemporaneidad no siempre hace posible. Este es uno de los sentidos de la famosa frase “el búho de Minerva despliega sus alas al anochecer”. Pero en este caso tenemos que remar en contra de esa naturaleza y llegar antes que la tecnología termine de desarrollarse e insertarse en la sociedad para ayudar a diseñar los valores que necesitamos para proteger a la gente. Aunque parecen temas del futuro, son tecnologías que en su mayor parte ya se están desarrollando, y que también ya están empezando a insertarse de a poco por fuera de contextos clínicos.

-En específico, la invitación a pensar nuevos neuroderechos se sigue de la necesidad de reformular ciertos derechos humanos que ya existían, como el derecho a la privacidad informacional, a la integridad y la autonomía para abordar amenazas o riesgos impuestos por la neurotecnología que no pueden ser enfrentados por medio de las salvaguardas que estos derechos existentes ofrecen. Algunos neuroderechos como la privacidad mental, la libertad cognitiva son versiones ‘neurocognitivas’ de algunos derechos tradicionales.  Este fenómeno es análogo a la reformulación de los derechos humanos e incluso la introducción de derechos nuevos que se dio como respuesta al surgimiento de tecnologías que permiten procesar datos genéticos y manipular el genoma humano.

– ¿Hay muy pocos científicos dedicados a este tema, cree que por ser un grupo reducido en nuestro país será más rápida la discusión en el Senado? –  
-En Argentina hay muy poca gente trabajando sobre este tema. Un referente es el Programa de Neuroética del Centro de investigaciones Filosóficas (del cual formo parte), dirigido por Arleen Salles, investigadora de la Universidad de Uppsala y del Human Brain Project. En Chile, hasta donde sé, si bien hay muchos psicólogos y neurocientíficos formados en temas de neuroética, no hay filósofos especializados o por lo menos no hay equipos de especialistas en neuroética. En ese sentido, el recientemente formado Grupo de Neuroética del Departamento de Filosofía de la Universidad Alberto Hurtado que dirigiré, sería un proyecto pionero.  Ahora bien, más allá de que la formación de equipos de investigación puede profundizar, extender y ayudar a aplicar la nueva legislación sobre neuroderechos, creo que el equipo de especialistas que nucleó la comisión del Senado hizo un muy buen trabajo, conceptualmente muy sólido, para el cual sé que trabajaron mucho desde al menos el año pasado junto al profesor Yuste.

– ¿Cómo ha sido el interés del resto de las naciones? –
-Respecto a los neuroderechos la verdad es que está ocurriendo ahora y Chile es el laboratorio en el mundo, todo lo que se haga va a depender de lo que pase acá. En este sentido, en la sesión del pasado lunes 30 de noviembre en la Comisión Desafíos del Futuro del Senado -de la que tuve el gusto de participar junto al rector Eduardo Silva-, Rafael Yuste enfatizó dos puntos importantes de desarrollo en este sentido: por un lado, Antony Blinken, parte de la administración entrante de Joe Biden en EEUU le pidió un borrador del proyecto. Por otro lado, Yuste mencionó la introducción de los neuroderechos en el artículo 24 del recientemente desarrollado Plan Nacional de Inteligencia Artificial de España. El neurocientífico enfatizó que en ambos eventos el proyecto chileno tuvo un rol central. A su vez, el senador Guido Girardi mencionó que el presidente Piñera propuso enviar el proyecto al Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur), para lo cual se está pensando en constituir dos comisiones del más alto nivel

Links UAH:
Abel Wajnerman Paz, Experto en neuroética UAH
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Facultad de Filosofía y Humanidades
Postgrado UAH
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