“Imagine el siguiente escenario: Andrés es adicto a la cocaína. Actualmente está desempleado y lucha por satisfacer las necesidades básicas de sus hijos. Con el fin de ayudarlo, un amigo logra encontrarle una oportunidad de trabajo y organiza una entrevista. Andrés está interesado en el trabajo y entiende que podría mejorar su situación económica. De camino a la entrevista, se encuentra con otro amigo que lo invita a su casa a consumir cocaína. Andrés tiene ganas de consumir, pero sabe que si acepta la invitación no llegará a tiempo a la entrevista y no conseguirá el trabajo. ¿Hasta qué punto puede controlar Andrés lo que hará a continuación? Si aceptara la invitación de su amigo y no asistiera a la entrevista, ¿sería apropiado culparlo por haber actuado de esa manera?”.
Este es el tipo de situaciones en las cuales el estudio “Menos control no implica menos responsabilidad: percepciones de sentido común acerca del control y la responsabilidad moral en el contexto de la adicción”, liderado por Federico Burdman, académico investigador de la Facultad de Filosofía y Humanidades, en colaboración con Gino Marttelo Carmona Díaz, de la Universidad de los Andes (Colombia), y María Fernanda Rangel Carrillo, de la Universidad de California Riverside. La investigación explora cómo las personas comunes interpretan la relación entre control y responsabilidad moral.
Al analizar las respuestas de los participantes —controlando variables como el tipo de sustancia, patrón de consumo y contexto— se observó que estos atribuían una mayor responsabilidad moral (Chile: 84,66/100; Colombia: 78,68/100) en comparación con la percepción de control (Chile: 59,19/100; Colombia: 58,83/100).
— La investigación parte de un escenario complejo: una persona adicta enfrenta una decisión que podría cambiar su vida, pero el consumo amenaza con desviarla. ¿Cuál es el objetivo principal de la investigación?
El objetivo era explorar un conflicto cotidiano en el contexto de las adicciones: la lucha entre un deseo inmediato y una meta a largo plazo. Queríamos observar cómo las personas comunes interpretan esta situación, especialmente si creen que alguien en esta posición tiene control sobre lo que hace y qué implicaciones creen que esto tiene acerca de la segunda cuestión que nos interesa, si es apropiado o no responsabilizar a la persona por lo que hace en esa situación. Este tipo de escenarios nos ayuda a conectar conceptos filosóficos abstractos con realidades concretas.
— ¿Cómo surge el interés por la temática y qué rol juega la filosofía en la comprensión de la adicción?
Mi interés por la adicción surgió a partir de mi trabajo previo en filosofía de la mente, que estudia cómo se relacionan nuestros procesos psicológicos con lo corporal. Inicialmente, me centré en entender cómo funciona la mente en situaciones ideales, pero luego me atrajo estudiar qué ocurre cuando la mente “falla”. Esto me llevó a la filosofía de la psiquiatría, que busca abordar fenómenos psicológicos complejos como las adicciones.
La adicción es fascinante desde este punto de vista porque a menudo implica un quiebre entre lo que uno desea y lo que sabe que es mejor. Este conflicto entre el deseo y la evaluación racional es central en mi investigación.
— ¿En qué sentido la adicción es un problema de control?
La adicción desafía nuestras nociones tradicionales de control. Una persona con una adicción puede tomar una decisión consciente de no consumir, pero luego, en el momento crítico, encontrar dificultades para actuar según ese juicio. Es un conflicto interno que refleja un tipo de pérdida de control, pero no en el sentido absoluto, como un ataque epiléptico, por ejemplo. Hay un sentido en que la persona es consciente de lo que está haciendo, y actúa según sus intenciones, pero al mismo tiempo hay otro sentido muy real en el que quizás no puede evitar ceder al impulso. Es un fenómeno difícil de conceptualizar, que desafía la comprensión, especialmente de parte de quienes no lo han experimentado en carne propia.
— ¿Esa pérdida de control afecta la responsabilidad moral?
Ese es uno de los puntos clave. La mayor parte de las teorías filosóficas ubica a la capacidad que una persona tenga para controlar su conducta como un requisito. En casos de adicción, este control está comprometido, por lo que puede no ser apropiado responsabilizar a alguien en el mismo sentido que lo haríamos con una persona que no tiene una adicción.
Sin embargo, también podemos pensar en qué significa “hacerse responsable”, que es diferente. Aunque la persona no se haga cargo completamente de sus actos, puede ser una forma de construir o reconstruir una capacidad que, quizás sólo posea tenuemente en ese momento. Puede ser un acto de agencia que la ayude a proyectarse hacia quien quiere ser.
—Su investigación incluye un componente sociológico, ¿cómo perciben las personas comunes estos temas?
Realizamos encuestas a personas no expertas en Chile y Colombia para entender cómo evalúan el control y la responsabilidad en casos de adicción y en otros escenarios. Por un lado, queremos ver si las personas piensan en la adicción como una condición que afecta el control. Por otro, queremos ver si existe una correlación entre el grado de control que se atribuye a una persona y el grado de responsabilidad que se le asigna.
En la literatura filosófica, si la falta de control excusa o no de responsabilidad es un asunto de debate, pero queríamos saber la visión de las personas corrientes. Al mismo tiempo, buscamos entender cómo estas percepciones pueden influir en actitudes sociales hacia quienes enfrentan adicciones. Tener una idea más clara de cómo la gente entiende lo que sucede en las adicciones puede ser una herramienta muy valiosa a la hora de diseñar intervenciones orientadas a modificar esa mirada. Esto puede ser especialmente importante cuando pensamos en el alto grado de estigmatización que enfrentan las personas con adicciones.
—¿Qué han encontrado hasta ahora sobre estas percepciones?
Lo que encontramos en nuestro primer estudio es que, al presentar una historia acerca de un personaje con adicción y otra acerca de un personaje sin adicción, los participantes atribuyeron un grado menor de control a quien tenía una adicción. Es decir, nuestros participantes ven efectivamente a la adicción como una condición que afecta la capacidad de controlar el consumo. Al mismo tiempo, cuando preguntamos acerca de la responsabilidad en ambos tipos de casos, la diferencia en la percepción de control no se traducía a una diferencia comparable en la asignación de responsabilidad. Esto sugiere que las personas ven a la adicción como algo que afecta el control, pero no consideran necesariamente que, como resultado de eso, las personas que tienen una adicción sean menos responsables por las consecuencias de sus actos.
Esto es muy interesante porque contradice lo que uno esperaría si lo mira desde la óptica usual en el campo de la filosofía. Actualmente estamos realizando un segundo estudio enfocado en entender por qué las personas no consideran que a un menor grado de control corresponda un menor grado de responsabilidad.
—¿Cómo define la adicción desde este enfoque filosófico?
No se trata solo de cuánto consume alguien, sino de las consecuencias negativas que ese consumo tiene en su vida. La adicción implica que la persona experimenta dificultades para alinear sus acciones con los objetivos y valores que la propia persona sostiene. Eso refleja un sentido significativo de limitación en la capacidad de controlar su conducta y, en última instancia, el curso de su vida.
—Finalmente, ¿qué espera lograr con esta investigación?
Por un lado, queremos contribuir al debate teórico sobre control y responsabilidad, especialmente en contextos de vulnerabilidad. Por otro, buscamos generar conocimiento que ayude a entender cómo la sociedad puede abordar las adicciones de manera más comprensiva y empática, algo que dista mucho de la situación actual.
En última instancia, la adicción no solo nos habla de quienes la sufren, sino también de las tensiones inherentes a todos los seres humano: cómo navegamos las tensiones entre lo que deseamos, lo que valoramos y lo que realmente podemos controlar.