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El Concilio Vaticano II ha tenido en América Latina una recepción que los padres conciliares seguramente no sospecharon. Desde el momento en que Gaudium et Spes estimuló una atención a la sociedad y cultura concretas de los pueblos para descubrir en ellas los signos de los tiempos,la Iglesia latinoamericana elucidó su contribución histórica más extraordinaria: la opción de Dios por el pobre1. En nuestro topos geográfico e histórico el Espíritu ha inspirado una recepción específica del Concilio. Las últimas cuatro conferencias episcopales latinoamericanas son como cuatro martillazos sobre un mismo clavo. También la Teología de la liberación que el Concilio originó,ha hecho de la opción por los pobres el norte de su quehacer. Esto y lo otro ha ido edificando a una Iglesia que toma conciencia de su idiosincrasia local. El presente artículo se focaliza en un aspecto de este fenómeno histórico y teológico: la experiencia de Cristo de los pobres. El «seguimiento de Cristo» que constituye la denominación y el vector característico de la cristología latinoamericana,hunde sus raíces en la fe del pobre que lucha por una vida digna. Bien dice Jon Sobrino que «conocer a Cristo es,en último término,seguir a Cristo»4. En este artículo damos importancia epistemológica a la circularidad hermenéutica que los teólogos latinoamericanos han querido establecer entre la experiencia de fe en Cristo de los pobres y la ilustración que le ha aportado a ella el conocimiento del Jesús de Nazaret de los evangelios. Esta evangelización ha ayudado a los pobres de las comunidades cristianas a comprender mejor al Cristo de su fe.
Jorge CostadoatUniversidad Alberto HurtadoFacultad de Filosofía y HumanidadesCentro Teológico Manuel Larraín.
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