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Educación sexual en tiempos del tik tok, reflexiones y desafíos de Pablo Astudillo

El académico del Departamento de Política Educativa y Desarrollo Escolar de la Universidad Alberto Hurtado Pablo Astudillo habla del impacto que tienen las redes sociales en los jóvenes y de la necesidad de que la academia se involucre con una política pública sexual no sexista que realmente intervenga la institucionalidad escolar.

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Pablo Astudillo

Académico del Departamento de Política Educativa y Desarrollo Escolar UAH

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El académico del Departamento de Política Educativa y Desarrollo Escolar de la Universidad Alberto Hurtado Pablo Astudillo habla del impacto que tienen las redes sociales en los jóvenes y de la necesidad de que la academia se involucre con una política pública sexual no sexista que realmente intervenga la institucionalidad escolar.

por Carmen Sepúlveda

Han sido semanas de alta exposición para el académico del Departamento de Política Educativa y Desarrollo Escolar de la Facultad de Educación de la UAH Pablo Astudillo: recibió el premio de la Fundación Todo Mejora por el compromiso con la niñez y la juventud LGBTIQ+ en el contexto de los 10 años de esa organización y además presentó su nuevo libro «Política y debate en educación sexual» de Ediciones UAH donde se pregunta quién es el responsable de la educación sexual: el Estado o las familias.

Según explica, esta publicación nace como una extensión de un seminario internacional realizado en 2019 en la Universidad Alberto Hurtado junto a distintas personas provenientes de la academia y del activismo. «Ese seminario estaba organizado justo durante el estallido social y lo hicimos igual porque venía la doctora en Educación argentina Graciela Morgade y estaba auspiciado por la Unesco», señala.

Lo que expone en los capítulos responde a algunas ponencias que se registraron en esa instancia, aunque no todas se transformaron en capítulos y hay autores que no participaron del seminario.

Han pasado tres años de ese encuentro y el académico resume el estado de la educación sexual en Chile. Para él el clima del debate está extraño, porque la propuesta de ley que se aprobó por falta de quórum se archivó, lo que da pie a redefinir lo que va a ser el nuevo proyecto de ley de educación sexual: «Tenemos una ley en Chile vigente del año 2010 y queda corta para lo que está pasando, la conversación se ha sobrepolitizado y se convirtió en un clivaje de progresistas versus conservadores, de ahí es muy fácil traducirlo en el eje de izquierda o de derecha o si el Estado va a adoctrinar o no en los colegios».

—Frente a esa mirada polarizada, ¿qué dice el libro?
—Lo que intentamos hacer es decir que las familias van a seguir siendo educadoras sexuales sí o sí porque, diga lo que se diga, desde el minuto en que nace una persona los padres empiezan a entregar una educación: les enseñan a sus hijos las partes del cuerpo, los educan en emociones, les transmiten a través de los juegos lo que es el placer y eso se aprende por el hecho de estar socializado. La escuela entra después. Yo, por lo menos, no veo tal la competencia entre el Estado y la familia si uno piensa la educación de la sexualidad como una cuestión amplia y global. Lo que pasa es que cuando se habla de educación sexual la mayoría de las familias lo reduce a preguntas relativas a la actividad sexual, como cuándo hablar del uso del condón o de la homosexualidad, y se quedan en la mecánica del sexo.

—¿Cuál es la definición que usted defiende cuando se habla de educación sexual?
—La educación sexual es todo lo que uno hace para acercar a una persona al ideal de individuo. La pregunta es cuál es el individuo sexuado que estamos pensando hoy y qué es lo que está en el debate. El individuo sexuado que vamos a educar es un individuo que se conoce a sí mismo y por lo tanto eso implica hacerse cargo de las emociones, del cuerpo, de los afectos. Y al mismo tiempo, crecientemente y a partir de las movilizaciones feministas de la organización del colectivo LGBT+, en la sociedad civil, es un individuo que tiene conciencia de la alteridad de otros y de lo que es la diversidad, entendiendo que ellos son tan soberanos de sí mismos como lo es uno. Es ahí donde entra la ética sexual que está en la base del individuo que quisiéramos formar.

—Suena difícil para plantearlo en una sala de clases…
—Si lo piensas en un currículum escolar para la clase de orientación que van a hablar en tres o cuatro unidades, claro que es difícil. Pero si lo piensas en todo el proceso educativo es más entendible. Yo tengo 43 años y sigo aprendiendo sobre mi sexualidad y en la medida que vaya envejeciendo voy a aprender otras cosas y voy a necesitar de otros para que me orienten. Ahí uno dice aquí entra el Estado que, a diferencia de las familias, es la única institución que puede garantizar que haya pluralidad de puntos de vistas. Las familias pueden hacer muy bien su pega, pero las experiencias que tienen son limitadas y no se les puede pedir todo.

—¿Y qué se debería enseñar en el colegio?
—En el colegio entregan un mínimo de información respecto a estas dimensiones de afectividad, cuerpo, moral sexual, la ética entendida como género, no sexismo, etc. Uno lo que puede meter en el currículum de manera más o menos establecidas, pero ¿cómo ligarlo a la comprensión crítica del uso de las nuevas tecnologías? Porque no sacamos nada de hablar de sexualidad y debatir si es responsabilidad de la familia o el Estado, si es que por el lado están pasando mil cosas en TikTok. Los jóvenes están poniendo desafíos virales de cómo lograr la cintura más chica poniendo presiones sobre las personas y, al mismo tiempo, haciendo que la información circule de manera muy rápida en ciertos contenidos, por ejemplo, en mensajes como «ser trans está bien».

«Hace poco hice un curso sobre políticas de inclusión y abrimos un debate sobre la inclusión de personas trans en las universidades y en las escuelas y puse como punto de discusión el tema de la política de poner los baños neutros sin asignación de género, que es una iniciativa del sistema anglosajón que eventualmente se podría trasladar a Chile. Bajo el entendido de que si esos espacios se vuelven neutros dejas de transmitir una noción binaria de género, que es la base de la exclusión de las personas trans a la vida social. Y la discusión de los estudiantes fue muy banal, hasta que una levantó la mano y me dice: «Entiendo lo que usted dice, pero no quiero que eso pase nunca en la universidad porque no quiero compartir nunca el baño con potenciales violadores”. Eso revela una manera de entender la relación de los géneros y la sexualidad. A mí me movió esta respuesta en el sentido de tratar de entender por qué una estudiante había dicho eso y empecé a averiguar y una explicación que me pareció convincente fue que este tipo de mensajes circulan por TikTok. En ciertos feminismos punitivos hay cabida a ciertas influencers que empiezan a hacer correr ese tipo de frases que caben en un video de 40 segundos y se convierten en virales. También en TikTok se presentan más ideas de sexualidad, pero es una conversación limitada a esas ideas. Yo creo que educación sexual debiera abordar este tipo de cuestiones».

—Este libro se puede tomar como una guía de educación sexual para educadores
—No, no es una guía. El libro lo que propone es una reflexión sobre articulaciones políticas, puntos de reflexión que vienen desde el activismo y la academia. Cuenta cómo se ha ido construyendo la política de educación sexual y qué pasó con el proyecto de ley que finalmente no se votó. La segunda parte tiene que ver con sujetos relevantes como, por ejemplo, la experiencia de docentes trans en el sistema escolar; el lugar que ocupa la niñez para romper la visión adultocéntrica de la sexualidad; también lo que tiene que ver con la construcción de pedagogías feministas. Y la última parte es cómo la educación sexual se hace cargo de la prevención del VIH; del desarrollo desde el punto vista crítico de la pornografía y cómo se podría pensar la relación entre educación sexual y los dispositivos de la ley en inclusión, porque a veces la educación sexual se piensa con la idea de hombre-mujer normales y poco se piensa para una persona con discapacidad, por ejemplo.

«Tuve la oportunidad de publicar un artículo el año pasado de una investigación que hicimos con financiamiento de la Unesco para ver las actitudes docentes hacia la diversidad por orientación sexual, identidad y expresión de género. Lo que comprobamos luego de entrevistar a 22 profesores de Santiago, Talca y Valparaíso y hacer un análisis de 132 mallas curriculares en esas tres regiones fue que hay nula formación en temas de diversidad y género, y que la mayor parte de la información circula en algunas universidades en ramos como psicología del desarrollo y que los profesores más jóvenes venían con información de medios informales como redes sociales y charlas LGTB+. Ahora bien, al mismo tiempo pasaba que estos profesores transitaron a una comprensión más abierta de la diversidad, como se ha movido la sociedad chilena a ser más aceptadora y respetuosa de la diversidad, pero muchas veces en situaciones de injusticias o de complicaciones o desigualdad tienden a inhibirse porque si estaban frente a una autoridad del colegio pensaban que si intervengo y el director no me respalda va a venir el papá del alumno y entonces mejor no lo hago».

«Esas connotaciones son partes del sistema. Este semestre propuse utilizar ciertos espacios con un pequeño piloto en educación básica y hacer sesiones que abordaran contenidos vinculados a la diversidad por orientación sexual, a partir de una experiencia que conocí en Canadá. Allá hay asociaciones de padres LGTB+ que utilizan ciertos espacios dentro de la malla curricular para conversar de un tema sin ser parte del curso. El problema que tenemos acá es que estos temas funcionan como cursos y necesitaríamos 132 profesores y los investigadores que hacemos esto somos muy pocos. Educación no sexista es un nuevo optativo que se va a dar en esta universidad».

—¿Qué países deberíamos mirar porque lo hacen bien?
—Hay que tener cuidado con los países que uno nombra porque, aunque metas historia del movimiento LGTB+ como lo hace Escocia, igual hay violencia homofóbica en esos países. Los procesos educativos se miden a largo plazo. Habría que ver qué pasa después.

—¿Ustedes han conversado con los jóvenes movilizados de los liceos emblemáticos que piden al Estado más educación sexual? ¿Ustedes saben lo que piden?
—Yo no he podido ir porque estoy en la mesa que organizó la Municipalidad de Santiago para pensar el tema de educación sexual integral. De ahí surge recoger más sistemáticamente la opinión de los estudiantes.

—Los jóvenes tienen hoy más libertad para asumir públicamente su identidad de género. ¿Cómo ve usted este fenómeno?
—Mi hipótesis es que en una sociedad hiperindividualizada, donde es cada vez más importante ser distinto o único, la expresión de género es un campo de experimentación. Yo puedo tener la agencia y definir un personaje o un juego estético que puede ir revelando quién soy y que va de la mano de las tecnologías. Hay un poco de querer ser influencer.

—La semana pasada comenzaron las conversaciones de la propuesta del presidente Gabriel Boric sobre la nueva Ley de Educación Sexual. ¿Usted participa en alguna de esas mesas?
—No, espero que después del lanzamiento del libro me llamen porque de la Municipalidad ya nos llamaron. El ministro de Educación que estuvo presente lo dijo con mucha claridad: hay un gran desafío de vincular la academia con una política pública sexual no sexista que intervenga la institucionalidad escolar, porque no es llegar y decir pongamos una ley nueva. Quizás me estoy adelantando, pero participo con los académicos María Teresa Rojas y Jaime Barrientos en un Fondecyt sobre la traducción de las políticas de inclusión LGTB+ en las escuelas chilenas, y ha habido rondas con actores de la sociedad civil. El otro día con la Tere (Rojas) conversábamos que existe una especie de distancia entre algunas personas que movilizan contenidos razonables, pero están en un plano de consigna. Frases como ‘Por una educación libre de violencia’ no logran traducirse concretamente en la escuela. Porque las escuelas se quedan en cómo transformo o qué hago con el baño.

—¿A quiénes está dirigido el libro?
—Es para todo público, en particular para profesionales de la educación, pero siempre con la advertencia de que no es una guía de educación sexual porque no se van a encontrar con tips sobre cuándo le tenemos que hablar del condón a los adolescentes, o si tengo un hijo de 9 y me pregunta algo, tengo que esperar hasta el próximo año para responderle. El libro no es para eso, sino que muestra que las materias relativas a la sexualidad están en el fondo de las discusiones políticas.

—¿Cómo recibió el premio de la Fundación Todo Mejora?
—Fue muy emocionante, había 250 personas y eran cinco categorías las que premiaban, yo gané la cuarta en la lista de la academia. Valoro el premio porque es motivador por esa curiosidad que me lleva a seguir investigando si eso produce un bien, porque a veces en la academia uno está en la rendición de proyectos y es fácil desvincularse.

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