—¿Por qué es importante para la sociedad investigar sobre el impacto del odio?
Empezamos investigando las prácticas informativas de las comunidades migrantes e identificamos la necesidad de estudiar la percepción de los discursos antinmigración entre los mismos migrantes, porque el ciberodio se ha convertido en una amenaza real para la convivencia en sociedades democráticas. Queríamos entender cómo afecta a las personas migrantes en su relación con los medios. Diseñamos una encuesta que inicialmente distribuimos online, pero no obtuvimos suficientes respuestas, así que decidimos trabajar en terreno. Colaboramos con INCAMI, una organización de la Iglesia Católica que presta apoyo a migrantes, y allí instalamos un punto con un póster de la investigación y un código QR. Aprovechamos los tiempos de espera para que las personas migrantes pudieran completar la encuesta, lo que nos permitió llegar a 1.020 participantes.
—¿Cuáles fueron los principales resultados de esta encuesta?
Los resultados fueron reveladores: el 41% de las personas encuestadas reportó haber estado expuesto a discursos de odio, sobre todo en plataformas como Instagram (49%) y Facebook (47%). Además, el 30% evita informarse a través de estas redes debido a esa exposición, y el 40% ha dejado de seguir medios de comunicación por esta razón. Esto tiene un efecto negativo, ya que tienden a reemplazar esas fuentes de información por otras menos confiables, lo que les expone a la desinformación.
—¿Cómo enfrentan las comunidades migrantes el ciberodio?
Encontramos que muchas personas optan por dejar de seguir cuentas que les resultan agresivas o incómodas. Nos sorprendió ver que la mayoría no denuncia ni busca enfrentar el ciberodio, sino que simplemente se retiran de esas conversaciones, lo que promueve la llamada news avoidance o evitación de noticias. Esto genera una brecha informativa que puede tener consecuencias graves porque se pierde acceso a información verificada.
—Mencionas que algunas comunidades perciben más odio que otras, ¿qué factores influencian esta percepción?
Sí, encontramos que la percepción de discursos de odio varía según la nacionalidad y el género. Las mujeres migrantes, por ejemplo, perciben más odio, especialmente en televisión e Instagram. También identificamos que ciertas comunidades, como la venezolana y haitiana, están más expuestas al ciberodio, en parte por factores raciales y coyunturales. La racialización es muy evidente en grupos afrodescendientes como los haitianos, venezolanos y colombianos, donde los discursos de odio se centran en su apariencia física o su estatus migratorio.
—¿Cómo se relacionan estos discursos de odio con los medios de comunicación tradicionales?
En televisión, por ejemplo, muchas veces se asocia la migración con la delincuencia o el narcotráfico, y esto refuerza la percepción negativa que se tiene respecto de los y las migrantes. Este es un tema que hemos trabajado con estudiantes y ayudantes de investigación en la universidad, donde analizamos cómo los medios encuadran a las personas que migran y los estereotipos que perpetúan. También encontramos diferencias entre comunidades migrantes más antiguas, como la peruana, y las más recientes, como la haitiana o venezolana. Estas últimas perciben una mayor hostilidad.
—¿Lograron captar algún tipo de percepción más favorable?
No es el foco principal de la investigación, aunque sabemos por otros estudios que los medios tienden a asociar la migración con la ilegalidad y la criminalidad. Esto igualmente es diferente a la asociación plasmada algunos años atrás en los medios, en que se destacaba más el aporte cultural o su rol en la fuerza laboral. En los últimos años, el foco ha sido la criminalización y el aumento de la violencia.